
Entregarnos a confesiones atroces de nuestra insuficiencia es falsa modestia – ellas deberían ser inmensas explicaciones infalibles de nuestro discernimiento, niño…
Los jefes valientes reirán
En medio de las cañas huecas
Mientras contemplan el aire que van a comer.
El secreto de la escritura está en el ritmo de la urgencia.
Jack Kerouac
Una buena noticia, para empezar. Dirigida a las minorías que todavía leen. Hoy, en Nueva York, es imposible ver en los estantes de las librerías los libros de dos escritores contemporáneos: Jack Kerouac y Vladimir Nabokov. Generalmente se los encuentra detrás de la caja, ahí donde, me dicen, no corren el riesgo de ser robados. Nabokov y Kerouac. Un aristócrata ruso errante y el descendiente vagabundo de nobles bretones aseguran la caja, una manera contable y púdica de confesar que ellos harían saltar la banca si los dejaran, como a los otros escritores, circular libremente. Democráticamente. En una época donde a menudo se compran libros para no leerlos, estos dos son lo bastante afortunados como para que los lean especialmente los ladrones. Hay ahí, y ya no cabe ninguna duda, un signo de los tiempos: de ahora en más la lectura es un robo.
Otro eco que da a pensar que llegó el momento de leer los Estados Unidos y la obra de Jack Kerouac en particular desde otro punto de vista que el de la propaganda obligada. Invitado, ya hace un tiempo, por un periodista francés a definir las nuevas «tendencias» de la literatura norteamericana, Bill Bufford, director literario del todavía influyente New Yorker, balbuceaba: «America is a melting plot…» Tosía y continuaba con voz firme: «America is a melting pot…» El lapsus, desde luego, decía una verdad que hay que apurarse a traducir: Estados Unidos es una intriga, un complot, en curso de licuefacción, o incluso una ficción a punto de disolverse. Y también una lápida destinada a ser borrada. Y tal vez el final de una mentira muy vieja.
Creo que es a la luz de estos dos verdaderos acontecimientos – que abren una nueva perspectiva – que hay que abordar Dharma, libro-meteoro escrito entre diciembre de 1953 y marzo de 1956, y publicado por primera vez en Estados Unidos cuarenta y un año más tarde, en 1997. Extraño purgatorio que permite medir hasta qué punto Kerouac sigue siendo ilegible, a pesar de un mito que contribuyó ante todo, como ironizaba William Burroughs, a que se vendan más jeans. Extraño libro que permite seguir el camino que tuvo que recorrer para escribir la Leyenda de Duluoz, su «catedral de palabras». Dharma es un libro incalculable, contemporáneo de la guerra de Corea y del maccarthysmo, de la muerte de Stalin y de los Estados Unidos triunfantes, del surgimiento de China al final del camino, una memoria que explora los textos canónicos del budismo y diserta sobre el dharma (definidos como leyes de la realidad), un breviario hecho para pensar en los Pensamientos y ejercitarse en los Ejercicios Espirituales, un tratado revolucionario de poética, una partitura de música, un estudio teológico que apunta a recordar, contra la represión generalizada, que «la religión debe ser considerada por lo que es verdaderamente, un discernimiento de la realidad y no un simple deseo cargado con nuestros sueños de esperanza». Llamado que resuena en el título original, Some of Dharma, que el oído fino y francófilo de Kerouac no pudo no asociar inmediatamente con las sumas teológicas de la Edad Media.
Kerouac siente que toca todos estos registros múltiples, que sobrepasan su posición de observador apasionado de las derivas alucinadas de su generación para desplegar, en Dharma, su visión profética de un desprendimiento radical respecto de los Estados Unidos y de «sus santos dudosos». En el transcurso de una larga rememoración de la beatitud y de los discernimientos de la infancia, iluminada por las meditaciones sobre el Vacío. Iluminaciones se dice en inglés, illumination. Según una lógica imprevista, Kerouac escribe de forma paralela Dharma y Visiones de Gérard, la novela consagrada a su santo hermano mayor, muerto a la edad de siete años, cuando el mismo solo tenía cuatro. La meditación sobre el vacío es contemporánea de una intensa reflexión sobre su infancia más lejana, más soterrada, y sobre sus discernimientos infalibles. La iluminación, en la tradición católica, revela supuestamente la subjetividad propia del texto evangélico a la vez que lo desvía para sus propios fines, y lo recrea según otra subjetividad. Marca también la persistencia de la tradición pagana en el arte cristiano. Leemos en Dharma: «Empecé la novela que abre (cronológicamente) LA LEYENDA DE DULUOZ —- VISIONES DE GÉRARD, la historia de los cuatro primeros años de mi vida, de mi hermano que es mi verdadero yo en tanto que Héroe Bodhisatvva.» Para Kerouac, el budismo tiene la función de una iluminación. O de luces, como se prefiera. Esto pide algunas aclaraciones.
La irrupción del budismo y del taoísmo en la obra de Jack Kerouac se volvió totalmente incompresible en los Estados Unidos. La contratapa de la edición norteamericana de Dharma se contenta, a manera de explicación, con un lamentable juego de palabras: Kerouac no estaba solamente en el camino, estaba en la Vía. El melting pot, que en otro tiempo era un principio de integración y por lo tanto de contradicción, fue privado de toda su negatividad (es la astucia del sistema) y degeneró en multiculturalismo, triste receta de cocina que consiste en cocinar a fuego lento e indefinidamente todos los ingredientes de la cultura, mientras se instala «un programa cada vez más afásico de destrucción sistemática del lenguaje y de retorno al cuerpo puramente animal». Bajo el canon del tiempo multicultural, el interés de Kerouac por el budismo, a pesar de su intensidad, es reducido al rango de curiosidad folklórica o de manifestación contestataria, totalmente comparable y asimilable en el fondo al de sus amigos Ginsberg, Whalen, Snyder. ¿El caso puede archivarse? ¿Es preciso leer este libro enorme? ¿En esta presentación tan elaborada? «Penosamente compuesta por Kerouac en su máquina de escribir», precisa la edición norteamericana. Sin duda para excitar o alentar a sus eventuales lectores.
¿Hay una relación entre la declinación de la lectura y la falsificación de la historia del siglo XX? Sí. Y Kerouac es a la vez uno de sus primeros testigos y una de las primeras víctimas. ¿Hay una relación entre la capacidad de leer todo y la de pensar que – proclamación solemne de Kerouac– «no hay servidumbre respecto al tiempo?» Sí una vez más. Si se quiere entender lo que anima a Kerouac cuando escribe Dharma, libro en el cual pone en escena la diversidad infinita de sus lecturas y aporta una valiosa luz sobre la cuestión capital de las salidas del tiempo y sobre sus coordenadas cambiantes. Kerouac – ¿si no quién en el seno de la Beat Generation? ¿En los Estados Unidos, entonces y desde entonces? – sabe que su obra entera está suspendida de esta pregunta. «Si escribo LA LEYENDA DORADA DE DULUOZ, cada línea deberá ser una manera de aclarase a sí mismo, en conexión con el Asia.»
¿Qué quiere decir Kerouac con «aclararse a sí mismo, en conexión con el Asia»? No es de aquellos que creen, como Octavio Paz, que la humanidad occidental, «si ella quiere regenerarse, escapar a la destrucción, tiene necesidad de una larga cura de budismo». Kerouac no es un militante nobelizable de la paz futura. Pero tampoco es el analista, helado y fascinado, de la destrucción en marcha (como Burroughs quien considera que el budismo no está hecho para Occidente, y que el catolicismo le revuelve el estómago). Kerouac es un escritor en guerra contra la petrificación del lenguaje. Occidente, humanidad occidental, regeneración, destrucción, necesidad, cura, budismo, drogas, para él todo eso es lenguaje petrificado, que nos deja a merced de la medusa. Sustraer la «leyenda dorada de Duluoz» a esta petrificación, a esta putrefacción, hacer de esta operación la condición sine qua non de la escritura de cada línea de su leyenda, es precisamente la apuesta que Kerouac hace con Dharma, un año después de haber terminado el manuscrito de En el camino. Apuesta pascaliana, seguramente. En Dharma, Kerouac se propone rebautizar la Leyenda de Duluoz «Visiones exterminadas de mí mismo» o «Psico-exterminio» (empezamos a ver hasta dónde está decidido a llevar esta iluminación de sí mismo). Y puesto que nos encontramos en estas regiones, llega lógicamente la propuesta categórica sobre el cadáver: «Todo escrito que no es una manera de aclarase a sí mismo se pudrirá como un cuerpo.» ¿Qué elegimos, el relámpago del infinito o el cadáver? Por otra parte podríamos creer que Kerouac produjo su fórmula invirtiendo esta otra, absolutamente bíblica: «Toda palabra que arde sin consumirse es eterna.» Zarza ardiente del Éxodo. Ex hodos. Hodos, el camino en griego. Fuera del camino, como si dijéramos fuera de los caminos trillados, la Leyenda de Duluoz será pues esta fábula que cuenta, desde la infancia y de manera infalible, las aventuras de un cuerpo y de su lengua, a no ser que sean las de una lengua y sus cuerpos.
En este punto preciso viene a injertarse el interés de Kerouac por el budismo y la tradición india donde existe todo un recorrido del lenguaje a través del cuerpo. «Desanudar la lengua del mundo, es lo que hago», explica en Dharma, y toma el desvío de la iluminación bíblica, es lo que intenta en un tiempo donde todo le hace sentir los límites de una lengua que solo tendría un cuerpo norteamericano. «El apego aquí es tan intenso y expandido (democrático) que el populacho literalmente no tiene posibilidades de ser educado.» Pascal tenía a mano un libertino francés a quien proponerle su apuesta. Kerouac ni siquiera tiene un demócrata norteamericano a quien ofrecerle el suyo.
La Leyenda de Duluoz, en la que piensa desde 1943, pero que solo cobra forma verdadera en 1952, es el aire que se da, como respuesta a esta leyenda dolorosa – cordón sanitario de las sociedades puritanas o humanitarias – que se vincula desde esa época a su nombre, como da testimonio de este pasaje crucial de Dharma: «El simple pensamiento de todo eso me desagrada – La Beat Generation, mis relaciones con Solomon & Allen & Holmes, el repudio por parte de Giroux de mi poema dedicatoria (“No es una época de poesía”), la brutalidad del fútbol, la vergüenza de la literatura, la confusión arbitraria de mi madre cuando condena a la generación y todas sus actividades modernas & la condena arbitraria que hace la generación de las madres que uno adora, mi cuarto bajo el fárrago de mis manuscritos, el desagrado de haber abandonado la idea de ganar-mi-vida-escribiendo justo en el momento en que mi suerte iba a cambiar.» Para el que sabe oír, de dolorosa a Duluoz, solo hay una R, el aire que se da Kerouac (lo repito puesto que es mi contribución a la onomástica kerouaquiana) para lanzar su contraataque. Hipótesis que. me parece, confirma este haiku de Kerouac:
«Los jefes valientes reirán
en medio de las cañas huecas
mientras contemplan el aire que van a comer.»
Y mediante esta observación estratégica intemporal, hecha por Philippe Sollers a propósito de Marcel Proust (que Kerouac hubiese aprobado sin reservas): «Esta historia violenta se desarrolla en dos frentes. En dos frentes, iba a decir entre el prejuicio materno por un lado y el alboroto de la seudo-innovación fraterna por el otro. No se está tranquilo en ningún lado. Ni en la casa, ni afuera. Hay que combatir en los dos frentes.» Cuando empieza a leerlo a principios de los años cincuenta, Kerouac anota en un cuaderno esta frase de Proust: «Los deslizamientos de terreno tardan generaciones en desencadenarse, trato de acelerar el movimiento.» Kerouac acelera también y pasa, como vamos a ver, del deslizamiento de terreno a la deriva de los continentes. No vacila en calificar la Leyenda de Duluoz de «Proust a la carrera».
Todavía hoy, la idea de un Kerouac tan combativo choca con los clisés tenaces que circulan sobre sus posiciones reaccionarias y su retirada del mundo, inspirados por una incapacidad para asumir el éxito de En el camino después de 1957. Falsificación de la historia, confusión interesada de las fechas. Y desaparición de un libro esencial durante cuarenta años. Sin embargo a partir de 1953 Kerouac decide caminar solo. Porque sabe que se ha aclarado a sí mismo, que puede leerse y leer todo, decirse y decir todo. Salir del tiempo. Escribe en Dharma: «Escribo la Leyenda de Duluoz no para la alabanza, ¡tampoco para el reproche por otra parte! Sino por la simple razón que me comprometí a hacer el trabajo de la piedad (en la medida en que ningún otro sabe cómo hacerlo) ante mi Nirvana – Es una enorme construcción no solicitada de una Catedral emprendida por un enamorado del mundo que enseña el fin de todas las cosas.» ¡El fin de los tiempos! Declaración de guerra a esta violenta historia de los Estados Unidos, a la mentira prolongada de su tiempo. Melting Plot.
En marzo de 1952, Jack Kerouac le escribe a John Clellon Holmes desde San Francisco: «Frisco está chiflado, absolutamente chiflado y es una ciudad casi perfecta al fin de la cultura y del continente norteamericanos; a partir de aquí no hay Oeste, es el Sur, la palabra es Sur, y la única palabra que se oye en L.A., es Este. Entre Frisco y L.A. se encuentra el trampolín de la California, ubicado en alguna parte y custodiado en la oscuridad por ángeles.»
Estas seis líneas de una lucidez impecable contienen en germen una revolución de la geografía mundial, de la historia de los Estados Unidos, de la literatura occidental. Dan la medida de lo que Kerouac está revelando en una soledad casi absoluta, de la cual antes que él solo se pueden encontrar en los Estados Unidos los casos de Edgar Poe y Hermann Melville: presentimiento de la finalización de la cultura y de la clausura del espacio norteamericano, abandono de la América hollywoodense vista como una suerte de despotismo oriental, visión «sudista» de la civilización de Extremo Oriente, renovación de la literatura concebida como acción secreta y angélica.
Esta «visión» de San Francisco corresponde muy exactamente a eso que se llama el paso del deslizamiento de terreno a la deriva de los continentes. Proust aceleraba la caída de una sociedad. Kerouac hace que se caiga un continente entero. Y con él, toda una cultura donde solo ve que se agita la pulsión de muerte: «El sadomasoquismo del mundo no le hará ningún bien – su miedo y su amor a la autoridad, ningún bien – su desprecio de la humildad y la afirmación, ningún bien.» Kerouac sabe que es a la vez esta humildad y esta afirmación, afirmación mucho más fuerte cuanto que nace de una humildad, de una aniquilación, sin resto. «Estoy muerto, un Buda había “Nacido”.» O en forma más técnica: «El truco principal, olvidar completamente nuestro cuerpo sin dormirnos.» O todavía lo que un explorador de estas regiones escarpadas llamó: «El sacrificio en el interior de la palabra que lo cuenta.»
La escritura que surge de esta experiencia corresponde a los dos frentes en los cuales Kerouac debe luchar. Clandestinidad en la casa e invisibilidad angélica afuera. Presencia en la ausencia de presencia. De ahí la evocación inmediata de los ángeles en Dharma, en el libro uno, en esta cita del Dipamkara: «Luego con un corazón recompuesto, purificado, sin mancha, liberado de los deseos, flexible, listo para actuar, firme y no perturbado, se dio vuelta y aplicó su espíritu, durante la primera ronda nocturna, a la adquisición del ojo deva (ojo de ángel)… visto desaparecer y nacer de los seres buenos y de los seres viles… como van a los límites del bien… y del mal… de acuerdo con su karma –»
La ronda nocturna, el ojo del ángel, el bien, el mal, la caída de los cuerpos. El infierno señalado. Toda esta «visión» de San Francisco cobra su verdadera dimensión como contrapunto de lo que escribía Kerouac en 1943: «Cada momento de desenfreno es una insurrección privada de breve duración contra las condiciones estáticas de la sociedad.» En el camino es la novela de esta insurrección privada. Kerouac, en la primavera de 1952, entiende los límites de esta posición, que le revela las de la novela: En el camino lo llevó «al fin de la cultura y del continente norteamericano».
Necesario y magnífico callejón sin salida en el infierno del cual supo sacar todas las lecciones a tiempo. «Con tu cuerpo nunca serás capaz de continuar diciendo NO», se lee en Dharma. Habría pues un NO más allá del no del cuerpo que se subleva contra las condiciones estáticas de la sociedad. Escribiendo En el camino, Kerouac aprendió a leer y a leerse. No es ni el desenfreno ni la insurrección lo que constituye el callejón sin salida de la novela. Es la brevedad misma del aullido contra las condiciones estáticas de la sociedad. No hay que perder de vista el gesto de apropiación calculada, controlada, de Kerouac que, en la misma época, pone los títulos de los primeros libros de Ginsberg y de Burroughs. Howl y Naked Lunch, Aullido y Almuerzo desnudo. El aullido contra el almuerzo desnudo. Lo no breve, aullado, loco, furioso contra el machacar razonador, competente, fijado a las condiciones estáticas o químicas de la sociedad. Eso son los espejos que Kerouac les tendió a Ginsberg y a Burroughs, y eso es lo que los dos no se cansaron de repetir y cada vez más apasionadamente, por falta de saber exactamente contra qué aullaban o se quedaban fijados, por falta de haber reflexionado de manera consecuente en la repetición, en ese no redoblado, en ese no al cuadrado con el que sueña Kerouac cuando anota en Dharma: «Nada es repetitivo – todo tiene un florecimiento que le es propio – Pero es repetitivo en su florecimiento.» Kerouac escribe a la sombra de los muchachos en flor que no saben que la rosa es sin porqué, florece porque florece, no se presta atención a sí misma, no desea que la vean. El «budismo» de Kerouac coincide aquí con el misticismo de Angelus Silesius. En el fondo más secreto de su ser, el hombre verdaderamente solo es si es a su manera como la rosa – sin porqué.
¿«Qué otra cosa es mi libro si no es hacer historia entre los locos?» anuncia Kerouac abandonando los cuerpos a la locura aullante de su finitud cada vez más clonada (cuerpo y alma), los Estados Unidos a su destino espectacular, despótico, «oriental». Mientras avanza hacia el trampolín custodiado en la oscuridad por ángeles. El infinito de la India y de China se despliega al Sur. Son las nuevas coordenadas del paso. «Qué impaciente estoy de ser capaz de hacer algo distinto con este ritmo de las inspiraciones-Buda y de las expiraciones-Buda, algo que no sea simplemente respirar, qué impaciente estoy por ser desencarnado en el ritmo.» La larga marcha, que es también una apnea, puede empezar. Como música. «Preferiría ser una flauta de madera antes que un “escritor norteamericano”.» Esta declaración encantada, que Kerouac traduce al chino, da: «Que un hombre sabio, eligiendo la soledad, camine solo como un rinoceronte.» Kerouac, el Rinceronte-Solitario-que-Camina-Solo. Es hermoso como un poema de Isidore Ducasse.
Pîerre Guglielmina, Nueva York, marzo de 2000.
Traducción : Hugo Savino
Ph / Tom Palumbo: Jack Kerouac, 1956