Elia (IX)/ Hugo Savino

Y los murmullos de dónde vienen, los repentinos, y los esquivos, y los aullados, y los re-masticados en la memoria, esos de sonido hueco, la gente, esa, la que cruza el puente de Barracas hacia Avda. Mitre, ruidos, tranvías, temblor del pavimento, las trae el viento, las empuja, de Constitución a Pavón y Mitre, milagros de la pasión que se reflejan, se miran, se dicen cosas al oído, y todo entra por el oído, y el viento se acelera, el riachuelo aceitoso apenas unas olas, y vienen los recuerdos, que se imponen, suspiro y re-pataleo o pisadas que cruzan, Elia espera a Lola, que siempre llega tarde, no puede faltar este rasgo, y se vuelve algo poeta, tiene esa inclinación, la combate, la reniega, pero está ahí, hay mucho viento de esquina, pero no hay gaviotas que le gritan a la tormenta.  

Lola vete de tu ausencia. De mí. Ya no soporto ese ruido de telares alpargatas que ya no están, te hablo desde acá, desde esta esquina, desde esta cueva ermitaña, todo lo que digo es cine de día de damas, noticieros. ronquido del camión Ford 49 de Roque Juan, motor recién hecho, en ese campo de hojas de lechugas gigantes en Villa Elisa, trancos de tiempo del ayer.

Las ardillas se buscan y se persiguen y siempre alrededor de los árboles. De una rama la que sigue. Leído en una novela.

Rasco en la tela del pasado y veo luz dorada que anda entre los techos de Sarandí. Eran los días en que el viento traía y llevaba hojas. No hay más. O no quiero seguir. Es un esfumado de escena. Que tal vez encuentre su lector.

Pieza de pensión que se queda fijada en el tiempo o mejor, el tiempo se la guarda en el bolsillo, y la saca de antojo a reantojo. Es como ese remolcador pintura marrón oxidado sin nombre, arrinconado debajo del puente, bodega vacía, sin timón, cáscara de nuez anclada.

Insisto con el crujir del tiempo, y acá no había una bahía azulada, ni olas, ni veleros, ni violencia del mar, no, todo era marrón oscuro. Familias del desalojo son familias de redesalojo, ni un estatuto, ni el del peón, solo esa orden para salir de los sueños, patadas en el culo a la noche de los sueños, orden sellada, tamponada, ¿lo conté? lo re-cuento, siempre falta un detalle. Pero por ahora renuevo mi antipatía por los arquitectos, por los urbanistas, llegan y todo es escombro y mudanza y después peatonal. Les encanta la ciudad cajita de música, sin cabecitas, todo lo hacen kitsch, todo va a terraza y mesa con sombrilla.  

Los desalojos ¿dije algo de esto? ¿algo sociológico? ¿o algo  poético, o hice populismo precioso?, me corrijo, los desalojos son exacción y abandono de mobiliario, evaporación de sillas, de cama, de algún bahiut, es empuje a achique, a dejar lastre, a llanto y vergüenza, a zoológico, viene el oficial de justicia y viene el asistente social, los dos expertos en sentimentalismo estatal, con esa distancia al greloso, al mono de circo que perdió su jaula. Desalojado es doblemente intimado: a irse de la jaula y a ser humilde asistido. Hay «una iluminación interior del espacio» del desalojo, reverberación saltimbanqui, curiosidad del barrio, alegría secreta de la derrota, de  esa  montaña de bultos en el carromato, más máquina Singer, más heladera de hielo, más cama, más balde de zinc. Tocan los flautistas de la pobreza, y tal vez alguien ponga el oído en los misterios del  misterio de este percal.

Hay un antes que me tiene harto. Hay pasado y antes. Y ese antes de la queja es la mentira en sí como diría algún filósofo, enfáticamente.

Nos vamos a patitas, y cruzamos el puente, el cielo azul claro con toques de nubes blancas, y entramos en las calles peladas de la mañana de domingo, nos fuimos por Iriarte y nos contamos sueños de la infancia y de ahora porque vivimos en sueños y Lola saca de su cartera un libro de Eduardo Wilde y yo solo llevo mi libreta y me gustaría un mecenas y en el frío azul Lola se ríe del pretencioso que soy habitué de un circulo de rasquetas agrega esa Lola que idealizo esa que lee también ese bodoque llamado Facundo y recita algunas páginas, y yo sigo la regla del odio y del amor para leer, esa que aprendí hace mucho tiempo de un escritor fabulero y lírico y solitario y secuaz que no cae en las generalidades edificantes y que no practicaba abnegadas obediencias, y Lola me miró adentro y me caí otra vez en sus ojos, ella y yo, y los taconeos de una mujer que nos cruzaba dirección Avellaneda.

«Confusiones indecibles»  y enrosques de patio y muchos tiempos y cruces y rejuntador de voces.

El viento el viento del sur nos empuja quiere que salgamos,  que crucemos, insiste con su fuerza de malhumorado, roza la estructura del puente, la envuelve y se transforma en viento de llovizna maldita y pone de punta todos los rencores que vienen de la humillación madrugadora, camiseta de frisa y bufanda, esa que te secuestra la noche de los rincones del sueño. 

Elia solo tiene del mar, en ese momento del cruce del puente, un retrato muy esfumado, solo el entresueño diurno  de Roque Juan que a su vez heredó de madre y que pasó a hijo y a primos y como no quedaba posibilidad de postergación Roque Juan se lo contó una tarde de siesta y ese fue el mar por mucho tiempo y amplificado en technicolor por Salgari y la pantalla del cine Mitre en día de dama con los misioneros y los correntinos y los polacos sentados en la fila cuatro. El mar solo existió en ese breve momento de fábula siestera. Después apenas fue un recuerdo que sobrevivió en la necesidad de Elia, en el sueño de irse, porque tenía que irse. Estaba aburrido, solo, y loco, y tenía que irse.      

Abandono de restitución de esa carga pasado de inmigración pobretona, no hubo leyenda de esa travesía, solo voluntad de olvido, barrido de los recuerdos, mudez de la sensación, miedo pavoroso miedo de ese vaivén de tercera clase, y por años parte de la descendencia no pisó la arena del mar, no escuchó rugir o suspiro de ola ni supo del reflejo de la luz de la noche en el agua, nadie evocó el breve clock de las olas, nadie le dijo te volveré a ver en sentido inverso, todos anclaron en esa cueva chorizo, la que encontraron, ese pasado quedó ahí, prohibido de restitución.

Lo escolar colegio secundario: no tolera dos veces una palabra en la misma frase. Ya tendrá su fama, y hará pedagogía, corregirá palabras, dará orientaciones, manía de escritor con fama, hasta los de fama más secreta no evitan esa maldición escolar, aceptan manuscritos y dan consejos, se arman sus bandas de devotos, trueque de elogios, pero se puede estar solo dice Gloria, solísimo si quieren. Pueden echar o no atender a los escolares de la literatura, pueden, pero la vanidad les quema el culo, el reino por un elogio, el reino, la madre y el gato. Y apoya la cabeza en el vidrio de la ventana, el Eduardo Wilde sobre la mesa, harta, enojada, ¿por qué Gloria? ¿por qué? si nunca fuiste a pedir consejo al poeta virtuoso que te mira con cuatro ojos, los de él y los del gato, nunca, ¿entonces? Luis Cardoso cambió de tema, Gloria se pone pesada, y contó la historia de la pajarera gigante de Sarandí. La del abuelo de Elia. Esos pájaros hablaban el cocoliche de tranviario. Gloria tenía el mal humor de las pelirrojas o la arrogancia de las que conocían los dos cuadros más famosos de pelirrojas. Si un día se va, caerá en tierra desconocida. Tampoco tendrá un nuevo nombre, no es hija de notable, la ausencia de pasado nunca atravesará el mar, y ella no tendrá nada que contar, tampoco querrá. ¿A quién? De mitómano a mitómano se franelean los pasados. La aburren. Gloria aspira a ermita, ni deseo de anonimato ni deseo de reconocimiento, ermitaña, ni comuna ni congregaciones. Así que ni nueva vida ni nuevo nombre. Solo libreta, cuaderno y grafomanía compulsiva. Hacerse olvidar es imposible. Así que, narro, lo siento, el sueño loco es borrar las pistas. Intentos de entrada en la clandestinidad.  Incapacidad de obediencia.

Hijos de nadie. No van borrando su pasado. No tienen pasado. Casi no tienen nada que contar. Y si tienen algo para contar, no se lo quieren contar a cualquiera.

Los gorriones del árbol de Paláa y Berutti estacas borrachas en las ramas, saltan, llovizna tenaz y niebla del riachuelo por todo el barrio, es la única acción, el resto, en casa.

El sueño de libros es el Gran Noroeste  – ¿Orlando es el único que recurre a los manes de los ancestros soñados, secretamente?

Niebla más niebla y cielo plomo grisáceo, las veredas del puente horriblemente pegajosas, focos luz amarilla de esos años, barcos no llegan aquí, a este rincón, Lola y Elia cruzan otra vez hacia Barracas, terminó la mesa, ella le pone la mano en el bolsillo del saco, así van, llovizna clásica, aquí, en este cruce de la noche no suena ninguna campana, y el agua marrón oscuro aceitosa casi no se mueve, oscurísima atravesada de líneas blancas, ¿y la Cruz del Norte? Mañana no escuchará el cacareo de las gallinas, duerme en Barracas, y la alegría de leer libros sin pedir permiso. Y también se puede amar el viento y las mañanas. Ahora no encuentro la cita exacta, pero la reconstruyo. Cada tanto el paso reptante de un carro de Barracas al Mercado de Abasto de Avellaneda. El sentido contrario que lo tienta, quedarse en esa mesa hablando horas. Elia, recalculaba en su cerebro de hombre los actos vacíos de su día, las quejas y requejas de no ser aceptado, finalmente un cretino que busca un aplauso, mucho pataleo y franela con el respeto. Lola mueve los dedos en el bolsillo derecho del saco de Elia, juega con las monedas, no habla, y Elia todavía no aprendió a tener paciencia. ¿Quién sos Elia? ¿Quién sos? Gloria, Gloria otra vez, se murmura Elia. Ese soy. Nunca tengo mis frases.  

Todo esto lo escribo aproximado, pero más o menos es lo que quiero escribir, y solo yo puedo hacerlo.

Elia y su desasosiego de amistades. ¿Y todavía desasosiego de nacer de un oscuro pasado? Elia ¿y la lectura? ¿Para qué lees si te asustan esos angustiados que dicen cómo escribir? Esos, que quieren que se escriba siempre lo escrito. Hay que repetir, poner todas las veces que te haga falta ese igitur. No pasa nada. Solo se pierden lectores. En cada esquina hay un idiota salido del canal de Panamá que te dirá que está mal. Elia, el mundo nunca es, nunca, hay que llenarlo de rexistencia. Pero también están las caries de ese rincón del mundo. La de los fantasmas de ese rincón del riachuelo, con remolcadores abandonados color marrón óxido. Flota abandonada hace miles de años. También nacidos de un pasado oscuro. Pero no éramos sonámbulos, no. Solo que cortar y recontracortar los puentes es de a poco, es sacarse de encima lo sociedad de fomento que se rearma ni bien uno sale a la calle. Hay secuaz posible. Hay desertores. Se pueden encontrar. Solo que hay que abandonar ese tono idiota de iniciado. El iniciado es ese idiota que tiene la clave. Gloria es desesperación de iniciado. La esquina del riachuelo, ahí, bajo los arcos del Puente Pueyrredón, acero y madera, con fondo de barriles de gris plomizo a negro petróleo, chimeneas de curtiembres y fábricas, orilla de yuyos  acuarelado de toques verdes y amarillos, latas perdidas, dos o tres chapas quemadas. Y hoy odio a las escritores que publican y hacen prensa y tienen editores que les pagan avaloirs. Tienen editor. Y escriben en traducción novelas intercambiables, hasta novelas de vanguardia inspiradas en autores remotos que supieron cultivar dos o tres fórmulas gritonas que todos quieren imitar. Elia, ese costado serpiente enroscada del resentimiento que te muerde los talones. Te duele. Es romanticismo. Solo te prometen fechas y refechas de colaboraciones, Elia, de familia de changas solo salen changas, de mundo de escritores solo  salen convencionales y unos poquísimos que se inventan algo y de esos también los hay que van con el platito a los administradores de lo cultural. Es entre ellos. Si no, todos los críticos pegados al culo, lo dijo el monstruo, lo machacó. Seguir el sueño: rumbo a Paso del Noroeste por algún mar. Y a Elia se acuerda de ese crítico aterrado y melindroso que juzga una vez por semana a grandes almas y las maltrata, les señala errores, fallas, corrige novelas, orienta, traduce dos líneas para impugnar traducciones de libros que nunca traducirá. Trabajo de zapa del ratón cultural. La lluvia cae en hilachas, apenas un instante, un chaparrón menos que pasajero, desprendimiento del de ayer a la noche cuando cruzaban el Puente. Y ayer pensaba en ese fragmento, uno de sus preferidos, al que recurre cuando lo asalta la compulsión a dar lecciones, en el que se analiza la deriva a perro del hortelano de muchos escritores. ¿Conocí escritores que no terminan en perro del hortelano? De provocador a perro del hortelano, ese paso, esa línea está ahí. Mira desde el marco de la ventana. Rocío del cruce del Puente, entre nubes y sol que sale, viento de mayo que empuja, y otra vez el color del agua marrón oscuro óxido con destellos amarillos. Es la hora del día enemiga de los retratos realistas. Cruzo a las 10 de la mañana sol y llovizna. Hacia Avellaneda. Sigue por Avda. Mitre hasta Plaza Alsina, meseta en el centro, árboles pelados y ramas escasas. Esto es el sur y el sueño está hacia el norte. Siempre más al norte. Pero ahora la belleza pelada del otoño en Alsina y Lavalle cuelga de los cedros. Y la melancolía única, descentrada, incomunicable, que llevo en el bolsillo, las citas burton, y el miedo a lo limosnero se reconfrontan en algún espejo de las lecturas y de las amistades perdidas. Lo remomificado en el recuerdo. Leo un relato sobre tomar notas y cuadernos y libretas, y es una recurrencia en escritores que amo, y por qué no voy a recurrir a ellos, por qué no, por qué tengo que escribir solo con palabras que escucho en la calle, de dónde sale esa estupidez, escribo con palabras que leo, porque esas se escuchan también, ¿o tengo que darme una lección de poética?¿un examen ante lo sarmientino literatura argentina? todo este cuento que leo tiene que ver con anotar y la ineptitud, y pienso en ese poeta profesor que dice de un escritor que hace notas sublimes que es legendaria su poca capacidad para ganarse la vida o el poeta triunfante que acusa a Gadda de misántropo, gente educada en la atmósfera cana de los cincuenta que viene de la onda cana de los cuarenta, la policía siempre te quiere convertir en algo del pasado, archivo, esa es la única revolución, la combinación de policía y gente de progreso, y podría seguir, pero después lo tacharía porque no es lo mío, y no quiero tachar hojas de mi cuaderno, que quede escrito, trataré de soportarlo. La mejor estrategia es la ermita, lo ermitaño, lo hosco, lo soledad no llorada. Amistades reducidas, pocas obligaciones, encierro. Pipa e´Moco es el único sabio que sabe hablar con los fantasmas de la ignorancia, Gloria está ahí, y yo, ni empecé. Y arrastro mi manuscrito de 260 páginas y no sé dónde ponerlo. Preservarlo de las miradas de la mala fe es imposible. Editado o no, caerá en el coto de caza de la  metafísica. Pero habrá lectores. Despreocuparse. Voy rápido. Malditas exigencias del  verosímil, todos lo reclaman.

Notas de cuaderno :

La única respetabilidad la da el dinero.

Nací en Olavarría y Patricios, qué puedo hacer si un medio lector de Céline me acusa de porteño. Reírme en el vacío de los cuentos de hadas. Y hacer nota.

Pobre seco reseco de los sueños de infancia. Esta última está copiada de una pintada en la pared del Cine Roca. Y yo también leí Miguel Strogoff. Lo sabía de memoria. Lo Verne en Barracas. Pero no quiero caer en el melodrama de lo impublicable. Es inacabable. Mejor releer. Mejor las recurrencias. Me gustaría, ya lo dije, algo más poético en estilo: lo que se habla en la calle, o la música de la prosa, la lista es larga. Pero no me sale.

Nota de cuaderno: traduzco el Claudel y la Biblia. Nada del lado de los supuestos lectores de Claudel. Y una  traducción donde se habla del clisé «poeta judío» – cita de Marina Tsvietáieva, algo que un lector de ella debe escuchar, porque no dice «judío», dice moishe. Casi todas las traducciones ponen judío. Ningún eco de los lectores de Tsvietaieva. Les da lo mismo. Siguen su camino de saber, ahí, sordos. Se escribe y se traduce para la sordera. Sí, hay que acelerar la separación.

La desconfianza. Profundizarla. Pocos amigos. O casi ninguno.  Releo y me doy cuenta de que pasé de largo por esta frase : «Vuelve a tu ermita.» Eso es lo que cuesta. Quedarse ahí. Celia es la única que sabe eso. Ella se queda ahí. Mate y Primus. Pieza al fondo. ¿Hay que estar loco para publicar? También leo que lo difícil es concentrarse en un único trabajo, solo hacer ese. El resto: intoxicación mundana de la franela. ¿Entonces?: oído intrínseco. Y la regla estricta es esconderse. Escapar y no dejar palabras en oídos de sordos. O de los maniáticos de la felicidad, del sentimiento. Esa cara de gárgola de catedral. Celia es ermita, mate y calentador, no será monja, que quede claro. Tampoco hará peregrinaciones a lo sagrado. No camina  de ese lado de la orilla, nada de ejercicios en  la nebulosa, en la esfera de la transmigración. Solo un gusto por la opacidad de las piezas, o el temblor de la vías del tren. Ese paseo hasta los Siete Puentes a oír trenes. No sabe muy bien quienes fueron su mayores y entonces, cada tanto, brotes de lágrimas estranguladas, que se quedan en la garganta. Tapadito azul de Celia. Ella sí, se animaba a poner un pie afuera de la pieza. Eso sí. Tenía algunas músicas que le corrían por las venas. Herencias de la tradición y odio a los tradicionalistas. Odio profundo. El que viene de lejos, del mismísimo fondo de la infancia. Y que hay que disimular. Solo hay que encontrar los secuaces del mate y el Primus, de la nota y lo sugerido, de la clandestinidad y el secreto. Por ahora, acá, con los recuerdos, los apagados y los encendidos, los del pasado y los del apenas ayer. Provinciana, sí, pero que no quiere incluirse. ¿Quiénes fueron tus padres Celia? ¿De qué miedo se fueron? Matices del pasado, muchos, enroscados, por eso corte de verbos, de frases enteras, y nadie para aclarar ese pasado, vas tras   huellas de patas que se quedan en todos los umbrales, condena de las puertas y entonces gato maullante, tembleque de provinciana que llega a Retiro con valija de cartón y pañuelo en la cabeza. Lo hecho temblequea y te sigue. Y en el café Maipú hay un rincón para la mudez.  La mudez, esa bendición. No tener que contar letras borradas, no hablar, sentarse y saludar, rato largo antes de decir un mínimo, o menos, o casi nada. Puro silencio, puro mirar por la ventana, puro otro café. Ningún rejunte o confesión. Nada de rosarios al revés. Atrás, bien atrás, guardados los trabajos escoba, balde y lampazo más disfraz de delantal  celeste pero sin cofia, largo y abotonado. Que lo escriba un regionalista o uno de esos  cogotes camperos, no lo leerá. No dejará que esas voces desconocidas floten hacia ella. Todavía es torpe y su  venganza trabaja en secreto, cuchillo en la mano ya no es posible, un rumor de vergüenza la pone muda, todavía, le ata la lengua, no sabe comportarse, no sabe caminar, no sabe qué decir, tampoco sabe saludar. Y no sabe que tiene un secuaz que pasó por lo mismo. ¿Qué leerá Celia en su pieza de Paláa y Nueve de Julio? Pero ya lo múdico Celia fue recibido en la mesa o carpa del encuentro.

Anarquistas de la lectura.

Cuidarse de los aspirantes a Rimbaud, sean hombre o mujer. 

Cruzo el puente y la misma niebla y los mismos grises siniestrísimos de la mañana de mi infancia de los días tristes y de algunos techos de chapa de los galpones el  mismo cerco de la media pobreza las apariciones nocturnas mientras dormía todo el viejo arrinconamiento de ninguna historia solo la alegría de las dos bibliotecas viejas como el municipio llena de Salgaris y Vernes y Twains y fuera de eso el mismo aburrimiento que bajaba piramidal de los viejos a los menos viejos de los menos viejos a los nada viejos el mismo río cruzado y visto mil veces desde todos los ángulos una tenacidad de renacimiento que va para el Norte y mientras cruzo miro el “caserío” tranquilo y los rincones del silencio en la otra orilla y la mañana ya debe haber llegado a la pieza de Celia no se por qué hoy me doy cuenta de que la tengo desde hace mucho en la cabeza ¿desde cuándo?

Toque de campana en la catedral de Avellaneda. Convocatoria a la plaza.

En la familia de Elia había nostalgia de fábrica, de empleo fijo, de olor a perfume, de una cocina con mesada y una mesa y cuatro sillas, armarios y frascos. Era una nostalgia de gloria barrial más burguesa, más armada. Pero desde el puente revivió ese pasado que lo puso en la tentación del elitismo burgués, en la pedagogía filosófica, esa lastimera entrada a la respetabilidad, ahí estuvo Elia, vestido de flor de naranjo entre mitómanos de la lectura. Casi adopta a esos educadores de la jerga, con sus novelas de personajes definidos, sus psicologismos, sus cultismos, todo eso mientras iba por la vereda gastada del Puente, cemento agrietado y gris, las dos vías de tranvía, ida y vuelta, sobre el embreado, entre una vereda y la otra, y se paró otra vez, siempre se paraba y se apoyaba en la baranda del puente y miraba para la Boca o para el Regatas, miraba ojos fijos de tristeza con los sueños de su cabeza y el abandono de las ilusiones, las dos cosas al mismo tiempo. Se contaba historias porosas y quebradas, ajadas, matusalénicas, caras viejas y entalcadas de peluquería y ese olor soñado se evaporaba y volvía la cocina casucha del patio, cacerolas en el horno, sartén y esponja. Todo eso está ahí, sonando en el oído intrínseco de Elia. Que escucha lo que viene de adentro y lo que viene de afuera. Manzanas verde lavado que compró ayer y comerá hoy. Árboles pelados del otoño desde la ventana de Lola en Suárez y Montes de Oca, hace apenas media hora. Flecos del polvo que cuelga del aire, figuras de más pasado que son la renostalgia de la mañana. Y a cielo nublado ausencia de pájaros, no tienen nada que atrapar en este cielo gris oscuro al borde de la lluvia.

No te olvides Elia que todo este estudio de la soledad que empezaste, de la separación, lleva tiempo, que sos un fantasma en la sordera de tus falsos amigos, no caigas en el elitismo burgués, es la tentación, es el espejo que te ponen, te lo decís cada tanto y siempre al borde del odio recurrís al maestro del deslizamiento de terreno, y la manía de ponerte a la retranca no es manía es estrategia de soledad de hábito de rincón de tartamudez que va de la impaciencia a la paciencia, nadie espera al tartamudo y solo tiene los benditos detalles del mundo.

Ahora un judío cruza el puente Pueyrredón. Media hora después que Elia. Misma dirección. Todos los días, de Barracas a Avellaneda. Lugar de llegada: su sedería en Alsina y Mitre, sobre Alsina. Un judío, un ruso o como les guste. Héroe de Elia, nacido de padres de Bielorrusia. Tenderos. Así que de tenderos a tenderos. Alguien lo mira caminar solitario y brazos largos.

Hugo Savino

Ph / Horacio Coppola / Riachuelo