Emiliano Scaricacciotoli: Fundidor/ Una lectura de Laura Estrin

(En una carta de Nadiezhda M. a Ajmátova, Mandesltam agregó una Posdata: “Confirmo cada palabra de esta carta. Todo lo que ocurre es bochornoso y terrible. Es la última degradación. Cobardía, mentira, adulación. A mí me cierran la boca, pero llamo a los camaradas a que salven su honor, el honor de la literatura, a que le arranquen las armas a la banda de negro, a tomar la palabra poderosa, inmediatamente”

Y (E.Scaricaciotoli en un artículo de La campana de la división):

                           “Nicolás Rosa siempre nos preguntaba: ¿somos huéspedes o presas?”

No celebro un libro, celebro en esta presentación al hombre que escribe este libro. El libro, Fundidor, el hombre, Emiliano Scaricacciotoli. Celebro un hombre colérico. No se pueden apagar los volcanes -escribió Annie Le Brun y lo celebro en un momento en que la historia parece que pide otra cosa o, mejor, exige todo lo contrario. Un autor es un temperamento, una vibración, un sistema nervioso –como dice Hugo Savino. Todo eso hoy no es bienvenido, no se entiende, casi no se edita.

Y este libro es una guerra. Ya saben que traje de Mandelstam eso de que la literatura es la guerra. Y no es una metáfora. La guerra se puede ver si se sigue el hilo de Fundidor. Y en Fundidor hay dos o tres guerras yuxtapuestas, fundidas: con el pasado, con los contemporáneos y la del autor consigo mismo. Sandra Gasparini en su nota sobre este libro las nombra claro. *

Fundidor es un gran ripio, una piedra y un vidrio. Que como dice Milita Molina en Bola de fuego, uno de sus inéditos, es algo frágil porque es muy duro. Es un libro de vida: más de 30 años anotados. No es un libro más. Emiliano grita, gesticula, arremete. Emiliano amasó este libro yuxtapuesto muchos años. No es una novelita, es la prensa de sus días y agobios, de sus tormentos. Creo que como dice Benveniste, escribió para vivir.

Solo deberíamos escribir los libros-de-la-vida y solo deberíamos leer lo que queda en la escritura de ese difícil contraste de vida-obra.

Fundidor rasguña el alma del que escribe, como cuando leo: “No, León. Usted no tiene que hacer nada forzado. Estamos avanzando en un dolor, así como el cuaderno de anotaciones, su crónica de ensoñaciones que le ha traído tantos dolores de cabeza -aclaraba Shanis, con sarcasmo… Sabe León que no entiendo demasiado del tema, trate en lo posible de utilizar el relato como herramienta emocional, para todo lo demás está Wikipedia”.

Y Emiliano de guerra sabe porque todas sus frases son batallas, las de este relato, las de sus otros escritos y las de su vida. Decía que Fundidor es un temperamento, un sistema nervioso –repito de Hugo Savino, una piel eléctrica o sísmica –como supuso Zelarayán. Se trata de un cuerpo enloquecido que escribe. Se trata de sentido entonces, de decir-apretar algo con lo escrito hoy que solo se quiere complacer con blandenguerías. Emiliano S. escribe: “Reitero: de fondo, el problema no es el lenguaje. El lenguaje nunca fue el problema. El problema es y será no haber muerto a tiempo… La historia del lenguaje es un error. Una historia clínica… Rosa me había enseñado a escribir desde un lugar odioso. El tiempo que perdí como ayudante de segunda en Teoría y Análisis Literario fue muy breve y logró asemejarse a la primera sesión de terapia (…). Una experiencia a destajo, arbitraria y nihilista. Probé. Probé en la margen izquierda de todo ese ambiente… Estudiar Letras a comienzos de los noventa en Puán, insertados en la ex fábrica de cigarrillos, con pasillos de níquel chorreando, eso sí que era el under. No nos conocía nadie, ni queríamos ser conocidos por nadie más que por nosotros mismos. Ni mi tía logró seguir una línea de las maravillosas estupideces que escribíamos. Pero Nicolás me comunicó algo más poderoso: hay que robarle el estatuto ficcional a la novela e implantárselo al ensayo, a la crítica. No sé si me tranquilizaba, pero nos desorientaba con ternura. ¿Cuál será la lengua del muerto? El silencio es solo para los vivos. La crítica (ya no sé si literaria o de espectáculos, a esta altura del partido la literatura le debe mucho…”  

Cito extenso Fundidor porque se trata de leer, hoy que pocos leen y casi todos interpretan o comentan o traducen. Y Fundidor escribe: “Todavía hay algo de luz afuera, dañina. Habrá que esperar. Paciencia: acción espiralada de mi historia clínica.” Celebrando este autor repito que lo que él hace hoy no está permitido por el consenso, no está permitido que se note el grito sino que casi todos andan en aguas mansas, en esas formas ´neutras´ que se considera literatura desde los 90, parte del comienzo de la catástrofe, pero que es también verificable a escala planetaria porque, confíen en que leo TODO -como decía Nicolás Rosa. Y Nicolás Rosa también nos enseñó que la literatura era insoportable, intratable, y hoy nadie atina a decir esto sí, esto no. Perdimos el juicio crítico, la valoración, el amor terrible a la letra. Por eso cuando traemos “Cuarta Prosa” de Mandesltam creen que hacemos una defensa subjetiva, algunos bobalicones le llaman el giro afectivo incluso, así como creen que Tsvietáieva es una bailarina del Bolshoi –eso que dijo alguna vez Hugo Savino y que Thonis repitió tantas veces- me hace sonreír un poco: es el horroreír que pensó Leónidas Lamborghini. Y repito siempre que la subjetividad, lo que sabe un sujeto, es un largo aprendizaje y una dura batalla, algo muy sofisticado y con-tun-den-te (dicho como lo decía Nicolás, separando las sílabas), algo a lo que se accede luego de leer-vivir mil años sin retorno alguno. Y Emiliano en Fundidor da testimonio de esto.

Emiliano S. escribe Fundidor, Emiliano escribe. Saca espuma, casi mortal, por la boca, digamos que se le va la vida en eso. Hace algo distinto del cualquierismo de domingueros de Feria del Libro, esos ignorantes barnizados de alguna cultura arada que empasta el terreno y tapona las librerías con cosas que parecen libros pero no los son. “Basta ser diferente, pensar aparte, para convertirse en monstruo… Desde el punto y hora en que alguien no sigue la amplia corriente de la mediocridad, los tontos lo lapidan y lo tratan de loco o de orgulloso” –eso escribió Zola cuando reseñaba los Salones de sus contemporáneos. Disculpen, también puedo decirlo con Lorenzo García Vega cuando le escribe a Libertella y le dice que deje que los demás piensen que son dos locos y le asegura que ellos deben seguir ahí, en la soledad del castillo literario. Y de nuevo cito al viejo realista: “Me repugna estudiar obras aisladas; prefiero analizar una personalidad, hacer la anatomía de un temperamento, y por eso suelo ir a buscar fuera del Salón…”

Emiliano S. escribe: “un colchón de nubes moretoneadas amenazaba la atmósfera, traían milicias de agua o simplemente miedo, el miedo conspicuo que derrite las esperanzas, los proyectos, los planes, las rebeliones, los desplantes, las barbaridades y todas las pestes que reflejan los turbios deseos de asesinar que habitan en la mente de una niña en un colegio en el tercer cordón del conurbano bonaerense cuando, sin esperarlo, se invocan espíritus, espectros, literatura, eso, literatura, eso que penetra los escudos, las defensas”. Si sigo bien Fundidor, recuerdo a Zelarayán, ya saben, cuando escribió no hay belga que valga, no hay beca ni vaca para los que de verdad escriben. Quiero decir que los que escriben quedan fuera del negocio literario, lo mismo que algunas memorias quedan fuera del negocio del recuerdo y Emiliano en su último libro sobre rock ensaya tratar con la ensoñación.

Pero la Historia, esa generalidad, no es el tema de Fundidor, ni es la novela su género. Hoy los géneros salvan lo mediocre del arte. Digo que Emiliano S. en este relato no se expresa, no hace un ejercicio, no experimenta. Emiliano vivió y escribe: “importante acá es el sintagma inicial. La historia siempre es con minúscula, es la historia de la niñez. De un constructo que no siempre te sonríe.” –dice él por ahí acercándose peligrosamente a la rusa que escribió que lo que no se aprende en la infancia no se sabe jamás. Y eso es un problema, un drama más bien, como lo es la obra de Milita Molina, la grande, la inédita. Emiliano S. no combina ni compone nada, Libertella diría: ´se divierte en su propio ojo´.

Fundidor es una fuerza, una fuerza que ve su mundo en y con su propia luz, luz que mezcla e impone, no explica, junta y fuerza. Cualquier fragmento de su relato lo muestra, como cuando certero dice “Amalgama (y desde ahora, sin comillas)”, su modo es exactamente el fundido -como se dice en cine.

Emiliano S. tiene además de su política de escritura algo de eso que tienen los primeros libros de los que Shklovski pensó que suman los mil años de fuerzas que llegan hasta él cuando todos los siguientes irán año por año, además, tiene algo de Los misterios de Rosario (el libro del Aira). Quiero decir, Fundidor pone los nombres de su vida trasvestidos, las mezclas y los cambios de temas: el poder es poder cambiar de tema -escribió Aira y Emiliano S. anota:
“León cambiaba de tema con muchísima facilidad cuando se mencionaba el tema de la paternidad. Un hombre taciturno, apagando la luz de cada sendero que se le abría, implorando respuestas…”; también a veces frena y toma nota, una voz muy propia le dice: “… querido. Los comunistas te lavaron la cabeza, hicieron un gran trabajo. Te olvidaste de lo que no ves, de que lo que no ves es lo que te protege. Solo los ausentes pueden corregir el rumbo. ¿Estás soñando poco, no? Que no hayas querido aprender nada de mí en los últimos 30 años de tu vida no es problema mío. Si me muero, León, si la muerte llegara… (el recordatorio de las llaves, una rima de Bécquer, una cadena de lugares comunes sobre lo sombrío y su funeral)” y, encima, aún, después, otra vez, recuerda a Nicolás Rosa.

Emiliano S. no escribe en la luna. Emiliano S. escribe su novela de amor porque él mismo nos hace leer: “León venía de varios meses enfrascado, secuestrado en alguna de sus oscuridades”, Fundidor se escribe con trágico horroreír y bien situado, así registra: “Recostado en su sofá cama, mirando al frente: la TV apagada y un cuadro exponencial de Chagall haciendo de cúpula de esa micro capilla de Parque Chacabuco, donde León había ido a parar después de esos eternos años en Quilmes, Villa Domínico y Bernal.” Su literatura no es otra cosa que espacio-tiempo anotados, es decir, recuerdos y otra vez, cólera. Leo en su relato: “Es imprescindible por encima de todo mantener vivo nuestro odio y aumentarlo hasta el paroxismo”. Y las matufias de la vida se suceden, Emiliano S. continúa apuntando: “Soñar, soñar, y no pensar. Parece chiste, pero mi vida se ha convertido en una cerrajería. Bloqueo cada entrada y cada salida que guarde una amenaza. Puesto que las llaves representan el instrumento de algo que sucede, de una acción, y no puedo comprender por qué, en mi cabeza, las puertas conducen a lugares sin sentido, más allá de lo viviente. Porque en lo viviente yo elegí este escudo y esta espada, pienso que debe haber un pasadizo que me lleve a un lugar donde no necesite defenderme. En lo viviente, a metros de que se derrita el helado, en el hall de la tía, mientras mi dedo índice está por presionar el timbre y desatar la explosión, entendí por qué Nicolás Rosa me echó de su cátedra, de sus clases, de esa facultad, para ser feliz, sin duda, creyó salvarme y liberarme de la represión de pensar en un escritorio. Ahora lo dudo. Ahora que estoy convenciéndome, en la carnicería de mi mente, de que cuando mi prima Matilda abra la puerta le voy a devorar los ojos con mis dientes, despedazando los brazos de los comensales con un saca corcho, cubriendo de llamas la cabellera de mi tía, disfrutando de su dolor. Ahora, con esas imágenes que deambulan en mi poder, dudo si soy yo quien no ha de morir en la misma carnicería, algún día…”

Y el relato sigue y devana angustias, un viaje a Misiones y otra vez la voz: “Tenía razón Nicolás Rosa. En momentos de peligro, ¿el hombre piensa como depredador triunfante o como presa hostigada? Somos pequeñas pulgas atrapadas en el sueño de una bestia. Eso sucedió patológicamente en una época, me sucedió antes de conocerla a Eli. Sueños con afán de recurrencia. Una. Dos.” Y encima Emiliano registra la muerte que va y viene todo el tiempo en el hilo que escribe porque ¿qué otra cosa se escribe si no es la pérdida?

Laura Estrin, Enero-Febrero 2020

Ph/ Marcos Zimmermann, Cañadón Blanco, km. 20, Comodoro Rivadavia, Chubut, 1991

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