Todos vamos a morir (VI) / Lucía Mazzinghi

2020

MAYO

Cada país tiene su propio ritmo. Su propia lista de contagiados, muertos y recuperados, sus tiempos para abrir y cerrar. Me propuse leer los diarios sólo una vez al día, no siempre lo puedo cumplir, cuesta mantenerse al margen pero atiborrarse de información envenena.

Se reconfigura el espacio en el que vivimos. Un radio de 1, 5 metros como mínimo entre un humano y otro, sería más fácil si ese círculo invisible estuviera pintado de color como el del muñequito de Street view. Las calles se achican, se agrandan las veredas. Tomo conciencia de lo hacinados que vivíamos antes. Los fines de semana hay largas colas en las panaderías, cualquier catástrofe es posible pero que no falte la factura para acompañar el mate.

El lugar en el que estamos, determina lo que pensamos. También lo que escuchamos. Verdad de Perogrullo.

Todas las escenas cotidianas se enrollaron de golpe. La escena doméstica toma casi todo.

Algo le pasa al Tiempo cuando el espacio se trastoca.

Hoy I. se largó a llorar de golpe y con desesperación me dijo que no quería morir. Que no podía evitar pensar en eso y ponerse triste. Yo asumí rápidamente que tenía que ver con el tema del covid y arranqué con algunas explicaciones y frases tranquilizadoras pero me interrumpe y me dice: no no, no es eso mamá. Es que no quiero seguir creciendo y ser vieja y morir, todo pasa muy rápido, quisiera retroceder para tener más tiempo de vida, tener un año, no siete. No quiero que mi vida se acabe. La escucho en silencio, la abrazo, todavía queda mucho por delante. Hablamos de las cosas buenas de tener siete años.

Ahora que pienso quizás leyó el título de este diario.

El miedo fermenta si no se dice, enquista.

Me pedí el primer tomo de los New York Diaries de Mekas que se publicaron en febrero de este año. Me llega supuestamente a fin de mes. I seem to live. Van desde 1950 a 1969. Hay un segundo tomo pero todavía no se publicó. Me puse a releer los diarios de Warhol, los dramas intrigas y chismorreos newyorkinos son muy entretenidos, me gusta también cuando cuenta que va a la iglesia y después camina la ciudad en busca de ideas, sacando fotos, comprando chucherías en los negocios de antigüedades, repartiendo Interviews y buscando potenciales anunciadores publicitarios para la revista.

Tengo también: Diario de una ama de casa desquiciada (S. Kaufman) y Diario de un viejo loco de J. Tanizaki. Cada día soporto menos la tercera persona.

I. sentada en un banquito frente al espejo. Le corto el pelo con una tijera de filo dulce. Caen los mechones muertos, caen sin ruido, parecen gatas peludas. Emparejar los costados, entresacar, cortar flequillo, emprolijar, cada tanto cruzamos miradas a través del espejo. Pongo cara de peluquera, de que sé lo que hago, ella me mira entre divertida y desconfiada, protesta, se mueve, reemprolijo. Nunca supe hacer trenzas, ni clásicas ni cosidas ni francesas, torpísima para los peinados, inútil para coser, tejer y bordar, sólo me quedó la posibilidad de salir a jugar. Si supiera hacer trenzas oh Walt Whitman las haría en tu barba blanca y tupida como una nube mientras recito tus versos alegres de vagabundo cantando al sol y a los pastizales, a las oscuras y frías rocas marinas y al sordo rumor de millones de pisadas en toda la América profunda. 20:30 hs. Ritmo de cacerolas, batucada siniestra, se despiertan viejos fantasmas. Leemos Tintín y el templo del sol, en la página cinco me encuentro con la bandera amarilla y negra de la cuarentena izada en el mástil mayor del Pachacamac. Leer libros de la infancia me deja un sabor amargo, algo de esa magia que los envolvía se perdió en el camino. El virus se desplaza, se mueve, avanza como una ameba invisible, cambian los colores del mapa, América es el nuevo epicentro. Por otro lado: han disminuido drásticamente los accidentes de tránsito. El cielo está de un azul cobalto, limpio, resplandeciente. Este otoño es una maravilla de sol y tibieza.

Le estoy enseñando a leer y a escribir a J. Unir la imagen con el sonido y después escribir las letras. ¿Cuál era? ¿palito con panza? Palito con panza y patada (R) Viborita (s) Palito con techo (T) doble montaña (M). Cuando logra oírse y descubre que esos sonidos forman una palabra, oso por ejemplo, la cara de sorpresa y felicidad que pone es fabulosa. Anoche mientras cenábamos, la oímos deletrear: m-a-l-b-e-c.

Me despertó el chillido de un aguilucho. Hace días que las palomas desaparecieron del barrio, la paloma obesa que cagaba sobre la santa rita ya no viene más, las baldosas amarillo huevo antes acribilladas de lamparones verdosos ahora relucen impolutas. Los dos gatos que patrullan la cuadra y duermen debajo de los autos las deben extrañar. Desde que tiraron abajo el plátano gigante hay menos pájaros, persisten un par de loros que se mudaron a la magnolia. La fauna de la cuadra incluye además de a los dos gatos y a los loritos que vienen a picotear los frutos de la palmera, algunos gorriones, la torcaza que ululea a lo lejos (se la escucha pero no se la ve), el ovejero del farmacéutico, un labrador medio esclerótico que ladra como con hipo, dos caniches insufribles de la señora que vive en la esquina, nuestra Clauchis, dos lagartijas en la terraza (una amarilla y otra verde), un ejército de hormigas que van y vienen y muchas abejas y abejorros aprovechando el otoño caluroso. Sin rastros visibles de roedores.

Esos pajaritos

afuera sobre el cerco

todos van a morir

(Haiku de Kerouac).

Todos vamos a morir. Mientras tanto: atizar el fuego, hacer la colada (muy siglo XIX), acciones mínimas, como por ejemplo anotar en mi libreta el nombre de Shikibu Murasaki autora de Genji Monogatari, considerada la primera novela moderna de Japón y del mundo. 4200 páginas divididas en 54 capítulos que relatan las peripecias de la vida política y amorosa del príncipe Genji… Si eso no es un verdadero mamotreto qué es. En la era Heian (Kyoto), a fines de siglo X y comienzos del XI, la corte de Sadako tenía como estrella a Sei Shonagon y la corte de Akiko a su archirrival Murasaki Shikibu.

Hoy a la mañana se me explotó una lapicera en el bolsillo del guardapolvo, quedó una mancha negra, lunar indeleble contra el blanco resplandeciente del guardapolvo. No sale con nada. Usar barbijo tantas horas seguidas me provoca dolor de cabeza (de 8 a 14:30, con media hora de descanso para almorzar). Hora de almuerzo, codos apoyados en la mesa, puños en los pómulos, agotamiento que por momentos vira a pesar, algunas carcajadas para rearmarse y seguir.

En el comedor L. con el barbijo como pañuelito. Toma mate con V. De repente se mete los dedos entre el barbijo y el cuello y saca ¡un chizito! Se queda mirándolo por unos segundos como si fuera un gusano obeso atrapado entre el dedo gordo y el pulgar y después ¡glup! se lo manda de un bocado. Miro toda la escena desde el office, no puedo evitar soltar una carcajada.

V. me pide que ponga Te lloré un río de Maná. Arranca el tema, a los pocos segundos la miro y me doy cuenta de que está llorando, llora con una tristeza honda, llora un río marrón y silencioso, toda la congoja junta se arrastra y cae en goterones que V. borra de su cara con un racimo de dedos salchicha, recoge las lágrimas una por una. Se me rompe algo adentro, no sé qué decirle entonces me callo y me quedo en completo silencio escuchando la canción con ella, bebé te lloré todo un río, bebé te llore a reventar y el tema termina oh no no no tienes corazón. ¿Es posible tanto desamparo? Le digo que pocas veces la he visto llorar. Por la medicación me contesta, la medicación me saca las lágrimas, si no fuera por eso, lloraría todos los días. Hipa, suspira, suelta un gemido ronco hecho de tristeza y desolación.

En el auto me saco el barbijo, pongo la música bien fuerte y la cabeza en off. Cuando estaciono en casa no sé ni cómo llegué.

El té va con arroz, con la salsa espesa y ahumada que compré en el barrio chino que es una delicia, va con el fogonazo fucsia de la santa rita que entra por el rabillo, con galletitas hojaldradas también.

I. construye cosas, J. hace dibujos salpicados de luz.

Una jauría de perros mató a un internado del Borda que a las diez de la mañana caminaba por los jardines del hospital.  Sin remate. Sin justificación. Sin palabras. Murió como un perro. Nadie dice nada, apenas una nota en algún diario (no de los grandes) y después el más absoluto silencio. Jorge Marcheggiano se llamaba. Luis Espinoza. Su cuerpo acribillado y después arrojado a una zanja por la policía de Tucumán. George Floyd muere asfixiado por la rodilla de un policía apretándole el cuello durante ochos tremendos minutos en medio de una calle en Minneapolis, no le hace caso el policía a pesar de que Floyd le avisa con un hilo de voz, le ruega que afloje, que no puede respirar. Todo en una misma semana. ¿Se quedan más tranquilos si digo que invento?

Sueños revueltos, sábanas enredadas. La noche nerviosa muestra sus dientes, es una risa desencajada, casi maléfica. Me despierto transpirada, me cuesta respirar, manoteo la mesa de luz y grito, ¡el barbijo! ¡dónde está mi barbijo! N. se despierta y me calma. Estoy más sonámbula que nunca.

Dos casos positivos en el hospital: una médica y uno de mantenimiento. Una enfermera esperando el resultado del hisopado. Los pacientes por ahora vienen zafando. No cantar victoria. Extremar cuidados.

Último día de mayo. Domingo fresco. Me preparo un sándwich de carne, tomate y mostaza dijon. El lujo de una tarde de cuaderno por delante. Un viento frío y oscuro hace gemir la hojarasca que se apelotona en las puertas de los edificios. Se deshojan los árboles amarillos. Pensé ya llega el invierno pero dije infierno, también confundo vacunar con bautizar, herencia de un pasado de colegio de monjas para quienes comer helado frente a un hombre era un acto de provocación que había que evitar a toda costa. Fefrita. Vacío.

Aumenta la violencia familiar, disminuye la violencia en las calles. El enemigo está adentro.

Oscurece temprano, seis y veinte ya no hay luz. 19:15 abro un vino.

Desde el 20 de marzo hasta ahora sacaron discos nuevos: The Strokes, Fiona Apple, Adriana Calcanhotto y Lady Gaga. Parece que Fiona Apple dejó las drogas,  le quedó la cara huesuda los ojos redondísimos celestes saltones los pómulos prominentes, el pelo finito como una lluvia y una voz bellísima que corta y raspa y acaricia y atrás cantan sus perros, tiene varios, ladran detrás del piano sincopado, todo es música, los perros, la ventana acribillada de goterones, el silencio, los pajaritos con lluvia en las alas resguardándose debajo del alero y Fiona cantando I want you to love me.

JUNIO

V. me quiere tirar las cartas. Saca el mazo, mezcla lento, los dedos salchicha se hacen nudo, destellos de esmalte fucsia saltado. Antes de arrancar me confiesa que escondió el once de espadas, el príncipe azul, ese es para mí (carcajadas). ¿Quiere que lo busque? De ninguna manera, es suyo. Veamos que me toca. Arrancamos. Pone tres cartas boca abajo, da vuelta la primera, once de bastos -pausa- parece que un caballero la va a cagar a palos. Se detiene. Mal comienzo. ¿Sigo? Claro. Da vuelta la segunda, siete de oros, será rica, riquísima… Antes de dar vuelta la tercera carta hace una pausa para generar algo de suspenso y… seis de copas: será rica y tomará muchas pero muchas cervecitas… me puede invitar alguna ¿no? Me guiña el ojo, nuevas carcajadas, redondas y sonantes carcajadas cortan el frío del comedor (otra vez se rompió la calefacción).  

Llegaron los diarios de Mekas. Ayer volví del hospital y encontré sobre mi escritorio el paquete con el logo de bookdepository. ¡Qué linda sorpresa! Son 825 páginas que incluyen fotos, fragmentos de artículos y cartas además de las entradas de su diario. Unas horas después me llegó también Emparejamientos Juiciosos de Gadda. Un maravilloso día para mi biblioteca que cada vez tiene más perlas. La primera entrada es del 11 de enero de 1950, I seem to enjoy only brief glimpses of intimacy, happiness. Short concentrated glimpses. So I keep moving ahead, looking ahead for other moments. Never home. Always on the move. Qué linda la palabra glimpse, destello, vislumbre. Camina y camina, peina la ciudad de arriba hacia abajo de derecha a izquierda, se queda sentado en los muelles de hormigón durante horas con los ojos clavados en las aguas barrosas y frías del Hudson. Busca trabajo, cruza de Brooklyn a Manhattan, vuelve a Williamsburg, pasa largas horas caminando, en bares frente a una taza de café o una cerveza, mirando libros, vidrieras, hipnotizado por los neones eternos de Times Square, va metiéndose la ciudad en la sangre, la hace carne, los olores, el sonido del tráfico, los gritos en los patios internos de los edificios.

La cuarentena se estira. Tres semanas más. El domingo se van a cumplir más días de encierro que de libertad durante el transcurso del 2020. Increíble, ya  es un exceso, creo que no saben cómo carajo terminarla, cómo salir de donde se metieron. Durante los años 1923 y 1924 Gadda vivió en la calle Luis Sáenz Peña 909, pleno barrio de Monserrat, ahora entiendo por qué habla de viento pampero, de los indios y de paisajes como el litoral, ahora entiendo ese pastiche de dialectos florentino veneciano y napolitano mezclados con argentino y latín, ese mestizaje babélico que lo hace único. Pega una sílaba con otra, un acento sobre otro, una inflexión. ¿Deforme yo? ¿Caracoleado? ¿Arrebujado? ¡Barroca será tu abuela la tuerta! dicen que dijo ante la pregunta sobre si se consideraba barroco.

Bostezos en pantalla. Me distraigo, me miro las arrugas, me encuentro los defectos, vanidad, oh vanidad, la luz nunca es la adecuada. Zoom. El último grito de. Las arrugas del tiempo.

Los achaques de los cuarenta dicen en una propaganda en la radio, cómo tratarlos, los achaques de vivir no se tratan my dear, en el mejor de los casos se llevan con gracia y dignidad. No queda otra.

Mekas: the farmer is still looking for his morning dew, the arrow of the childhood in the chest, broken. Cómo te gusta revolver el caldo dicen pero qué saben, qué saben ellos del Tiempo y del vacío y de la mescolanza que es todo, como si uno pudiese decir pasado y quedarse así tan tranquilito, ¡minga que tranquilito!, todo fluye, va y viene como el oleaje, se puede ir pescando el ritmo de ese movimiento, el ritmo de las marcas y el ritmo de la ausencia, los giros, las caídas, los remolinos, minga que tranquilito, minga, la luz pega de refilón en la frutera, el olor a pasta frola tibia cubre toda la cocina, los ojos de mamá mirándome detrás de una pila de ropa para coser, sentada, casi acuclillada en su sillita de madera y tiento, las rodillas huesudas, las puntas de los pies apuntando hacia adentro, su sonrisa de alfileres flotando en la tarde polvorienta. Un corazón puede explotar de tristeza. Albertine, diosa del Tiempo, no hay excusas, no hay justificaciones, todo lo extraemos de lo desconocido que hay dentro de nosotros mismos. Ni la palabra precisa ni la sonrisa perfecta, algunas visiones, el olor a malvón incrustado en el cerebelo, melodías sueltas, ilesa lo que se dice ilesa no salgo nunca. Hoy escuché esta frase: si te encontraba afuera a fuerza de cuetazos te hacía colador. Subí al auto y la anoté en mi  libreta, loquero´s language que nace del barro húmedo, medio agazapado toma fuerza y se las rebusca para crecer siempre en los márgenes, culebreando enchastrado y corrosivo. Los vestigios de una lengua un poco pútrida un poco cristalina, lujuriosa, chisporroteante cantarina gritona gangosa miedosa mierdosa.

Hay un problema en el origen del lenguaje, algo torcido, escamoteado, un error inicial y la consiguiente secuencia de equivocaciones, las junturas desquiciadas, desplazadas, bordoneo y vacío. Es un virus, crea vida y mata.

Encima ahora se largó a llover (esas son nubes de granizo le escucho decir a alguien en la cola de la verdulería).

El intendente de Lomas de Zamora da covid positivo. Le hacen el hisopado a todo su entorno. Su mujer da negativo pero su secretaria está contagiada. ¡Cuac!

Científicos de Harvard recomiendan usar barbijo durante el sexo. ¡Qué carajos! Ya es cualquier cosa. De solo imaginarlo me agarra un ataque de risa y depresión a la vez.

No aguanté y me junté con L. a tomar mate cada una con el suyo y conservando una distancia prudencial. Me hizo bien.

J. juega con sus muñequitos: ¡hola! soy una chica normal dice una Polly Pocket, no me gustan las chicas normales le contesta Minnie Mouse. Me guardo la risa para no interferir en ese diálogo hermoso.

En el marco de las protestas originadas en Estados Unidos por la muerte de George Floyd, en Boston decapitan a Cristóbal Colon, su cabeza muerde el polvo con los ojos cerrados a los pies del monumento, en Bristol, Inglaterra,  arrancan de cuajo la estatua del esclavista Edward Colston y la arrojan al río donde se hunde en cuestión de segundos entre gritos y aplausos de la gente reunida en la orilla. En Bruselas grafitean a Leopoldo II y a su brioso caballo de bronce, zamparse no se cuántos millones de congoleños no es algo que se olvida así como así. 

Los casos aumentan en el Hospital. Tres enfermeros positivos, 5 médicos, 1 trabajadora social y 3 pacientes (no de las nuestras por suerte). Se aislaron la sala de mujeres y de hombres por probables contagios. El confinamiento dentro del confinamiento dentro del confinamiento como un juego de mamushkas. No pueden salir de la sala por 14 días. Poco a poco los ánimos se caldean, volvemos a dividirnos en equipos cada vez más chicos. Nos vestimos como astronautas para entrar. No hay consultorios, no existen los pacientes de cada uno, el día que te toca atendés a toda la sala donde se pueda. No hay intimidad posible. Dos pacientes se van a tomar mate al baño para tener algo de silencio. La humareda es fatal, si hay un incendio no sé qué hacemos. Estoy agotada, angustiada, harta.

Salgo después de desinfectarme por completo, un cielo azul resplandeciente me acompaña hasta casa. Tercera parte de locas en cuarta prosa. Deben estar aburridos ya de mi cantinela. Y bueno, es lo que hago. Im sorry. Sigo con Mekas. November 11. 1959. I was lying with my eyes open all night, with the pieces and splinters of my life floating all around me, in the middle of New York night, burning, falling to ashes, in order to start from the ashes again, like in a desert, somewhere between insanity and ecstasy. I was burning, burning myself like incense, burning, for some unknown purpose. Llegó a un punto en que ya no le interesan la crítica de cine, la ciencia o la filosofía. Lleno de furia y emoción recupera la poesía, el ímpetu de la vida, los glimpses of beauty que se mueven a gran velocidad y él trata de pescar con su vieja Bolex. Mesa con migas, manchas de vino y café, escarbadientes partidos al medio. El sueño le marca el límite y la dirección: elige la búsqueda, el vértigo, hamacarse en los abismos.

Volvió una de las palomas y se desquitó con mi auto soltando unas bombas verdes blancas y amarillas.

A fuego lento, revuelvo el guiso de lentejas con un cucharón de madera, le acabo de tirar el chorizo colorado y la cebolla previamente rehogada, pimentón dulce, ají, en unos minutos van la batata y la papa. Quedó para chuparse los dedos, un pedacito de pan como escoba, vino tinto para bajar el fuego del pimentón.

¿Cuándo cerrar la libreta y meterse en la cama?

Clavo mis pies helados en los de N. Él protesta pero recibe, los hace un nudo y poco a poco les transmite su calor. Te falla el termostato a vos, explícame como hacés para conseguir semejante grado de heladura. Chukotka está hecha de luz y viento. Luz sobre luz sobre luz como las capas de sonido de Coltrane. Cuerpo de luz. Lo vi en una película. Me quedé varios días con esa luz incrustada en las pupilas, perdida en esa luz, pensando la estepa, los cuarenta tipos distintos de blanco que cubren la cruda y oscura tierra del norte y un frío que te parte en mil pedazos, te enloquece de a poquito.

¿Dónde se esconden las sombras cuando se prende la luz? Los bordes sueltan chispazos dorados. Hay una oscuridad que desea fervientemente iluminar y una oscuridad que se niega rotundamente a hacerse luz.

La luz es un latido. (Un latido invernal, exangüe y frío)

Tengo los bolsillos repletos de semillas de algarrobo que las chicas juntaron en la plaza. Me traje unas ramas caídas de eucalipto para la chimenea. La gata no quita los ojos amarillos del fuego, está como hipnotizada, su pelo caliente y suave, un ronroneo feliz mientras la tarde granulosa se hace noche húmeda, manchada.

7 a.m. mate y tostadas. Oscuridad, frío, la gata se refriega entre mis piernas. Me cuesta arrancar. Hospital. Paciente nueva. Una avalancha de preguntas que chocan con un sordo silencio, una mudez empecinada. Se sacude unos hilos imaginarios de la falda con aire atontado, pone ojos de encandilada, repite todo el tiempo la misma cantinela. En ella solo hay lugar para ese hecho fatídico, esa tarde de invierno del ochenta y dos, todo lo demás desapareció, se fue enrollando hasta convertirse en una piedra inescrutable y deslucida. Ejercitar la paciencia.

Palabras: borbotón colorinche chucherías menester ensenada epifanía voluptuosa, decirlas una por una casi silabeándolas como cuando le enseño a escribir a J. bor bo ton colo rin che chu che rías caucásica acarbonada epifántica voluptuosidad… mastico, aspiro susurro, abro, cierro, recombino en mi bendita lengua de origen.

I. canta a los gritos en la terraza con una caña que trajo de la plaza como guitarra eléctrica, chichón chichóoooon, montaña de dolooooor.  

Entre pitos y flautas: 100 días. En lugar de abrir, anuncian quince días más de cuarentena reforzada, se vuelve para atrás. ¿Es posible volver atrás? No. Piden un esfuerzo. Un esfuerzo más y otro más y otro y otro, no me alcanzan dedos de manos y pies para enumerar hartazgos. Llovió durante 24 horas seguidas, lenta e ininterrumpidamente sin viento ni truenos, una cortina pareja de agua fría. Diver te miento a la alturra de mi hartasco. Retruco con lo que queda. Que no es mucho. Sueño: dos manos flacas enrollan un pionono y lo cubren de mayonesa, lo sueño en cámara lenta, el toque final: tres firuletes de mayonesa encima de la cobertura. Odio la mayonesa. 

JULIO

Una araña vive en uno de los vértices de la cocina. ¿Viven en cuevas las arañas?, ¿en nidos? Teje su baba transparente y atrapa todo tipo de bichos que después engulle con parsimonia escondida en las sombras. No pienso matarla, es digna y elegante, astuta y silenciosa.

9 de julio. Día de la independencia. Patoterismo más que patriotismo.

La Loma del ángel de Reinaldo Arenas, hermosísimo libro sobre el amor y el dolor editado por Eloísa Cartonera. En un comienzo la pasión de Cecilia Valdez era correr por las calles en chancletas, chancletear de una punta a la otra de La Habana por el mero placer de correr y seguir, después llega un momento en el que cambia la chancleta por el baile y más tarde el baile por los revolcones a escondidas con el señorito Leonardo Gamboa, su medio hermano. Personajes entrañables: José Dolores Pimienta y su clarinete embrujado, Isabel Ilincheta contando inventariando midiendo el universo sin que se le escape nada a sus ambiciosos ojos amarillentos de lince, Dolores Santa Cruz llevando a la perfección el oficio de hacerse la loca, libre, valiente y vengativa. Risas mezcladas con muecas de horror, se desbordan como ríos fétidos que corren locamente hacia el mar. Escarbando en el horror es donde Arenas encuentra una avernal y chispeante felicidad, repentina y sonora como una cachetada bien dada, como una carcajada. Se le caen todos los colores de los bolsillos a Reinaldo. Frenesí del cuerpo. Frenesí del lenguaje.

La cajera del DIA se ríe de mi pinta, chancletas con medias, sos de lo peor me dice entre carcajadas, la peor vestida del barrio. Le digo que chancletas con medias es el último grito de la moda en Europa, que ella no comprende mi modernísimo cuarentena style. Salgo y en medio de la vereda encuentro a una señora increpando a una parejita por no tener los barbijos puestos. Ellos le contestan con sonrisitas entre bobas y socarronas. La sobran, la enervan, la señora llama a grito pelado a la policía, se mete una pareja indignada, el hombre de sesenta les grita desalmados, la mujer levanta los brazos al cielo, un perro ladra, el flaco que vive en la vereda los mira en completo silencio metido en una bolsa de dormir violeta y dándole tragos lentos a una botella de coca cortada por la mitad llena de vino. Se empieza a juntar gente. La encargada del DIA pide que por favor se dispersen, en el fragor de la pelea nadie conserva la distancia social.

Me enteré por las redes que existe algo que se llama mundial de escritura y se realiza de modo virtual. ¿Cómo es eso? No lo sé. Voy a investigar. ¿Quién será el Messi de las letras? Realmente no me interesa. En este momento estoy más interesada en este diario que en otra cosa. Perdí el rumbo, es una señal, empedernida en mi gusto por el fragmento, por lo roto lo loco lo solo, ensimismada froto mi lengua contra la piedra de afilar del lenguaje, áspera, mordida, se afila, se humedece en el gris acero de la piedra mientras acaricio una gallina imaginaria color cobre de cresta y barbas bermellón, bi bi biddy co clo doran.

Leí por ahí que una vez Herzog dijo que mirar a los ojos de una gallina era como contemplar el vacío, que se sentía abrumado por la inmensidad de su cerebro plano, por lo inconmensurable de su estupidez. Sin embargo es innegable que se siente atraído por ellas, hay escenas con gallinas en varias de sus películas, en la de los enanos que ríen y no me acuerdo cómo se llama, en Fitzcarraldo, en el enigma de Kaspar Hauser y la escena final de Stroszek: una gallina bailando bajo una luz neón en un escenario circular dentro de una caja que se activa introduciendo monedas en una ranura. La musiquita de feria atrona los oídos y la gallina mueve las patas, primero una y después la otra y cogotea para todos lados en un baile siniestro de alas y cogote y pico y patas y dos bolas negras infranqueables con ausencia total de parpadeo.

Serán estúpidas… pero yo insisto con el milagro del huevo.

(No olvidarme de las gallinas que pone Gadda en Zafarrancho aquel de Via Merulana ¡Están por todas partes!)

Días cortos húmedos fríos como besos amargos.

Lucía Mazzinghi

Ph / Fotograma de Stroszek, de Werner Herzog (1977)