Samuel Beckett: Pasos / Hugo Savino

Tengo amor por las palabras, las palabras han sido mis únicos amores, algunas.» Samuel Beckett

La obra de Beckett no es una crítica de la cultura y de la sociedad. Jean-Pierre Ferrini

May existe.

Y también existe en el ovillo de nuestro pasado.

Hay madre, hay hija, y hay lector convocado: «La vieja señora Winter, de la que el lector se acordará…», y hay un cuento de hadas contado por May. Que tiene «todo eso […] en [su] pobre cabeza». Quizá no tan pobre.

Los cuentos de hadas no siempre son para otra vez. Acá, May lo cuenta, para ella y para su lector.

Posiblemente May no terminó de nacer, o no nació, es hija tardía, no jugó en la calle,  siempre estuvo ahí, encásica, «todo eso», pero está ahí, camina, y escucha la cadencia de sus pasos. Necesita esa cadencia. Pide cadencia de pasos, movimiento solo no le basta. Cadencia de pasos y movimiento. De uno a otro, en continuo. Y habla, May. Nos habla, masculla, machaca lo que dice, lo pasa por su boca.

Un día se puso a deambular, rondas, cuando llegaba la noche. Se quedaba fija, congelada, y acechaba el regreso del movimiento, que es el regreso de la palabra en balbuceo durante cuarenta años y que un día se le hará frase. Hubo noches de un único ir y venir, sin un mínimo sonido. Un amasijo de andrajos gris blanco de paso cronometrado. No olvidar la cadencia de taconeo. Cadencia audible. Y May también tiene un Giacomo que la escucha. Y la escribe. De un movimiento al otro. ¿Podríamos decir que May no se deja comer la voz?

«En líneas generales, se ha querido sacar demasiado en claro del interés de Beckett por la filosofía, y apenas se ha dicho nada de la impaciencia que le provocaba. A Tom Driver a comienzos de los sesenta le dijo que el lenguaje de Heidegger y Sartre era “demasiado filosófico para él”. “Yo no soy un filósofo –dijo–. Solo puede uno hablar de lo que tiene delante de los ojos, y  eso es sencillamente todo un lío”.»  Anthony Cronin, Samuel Beckett. El último modernista.

Todo eso es un enorme lío.

Es la máquina interior de May respondiendo ese lío, esa misa, ese no nacer.

A veces, los lectores de Beckett, con algún whisky de más se animan y le preguntan: « “¿Por qué desesperas tanto? ¿Por qué no hay una sola expresión de esperanza en tu obra?”. En el silencio que se hizo entonces, Beckett tomó una miga de pan del mantel y la miró durante un largo instante. Respondió entonces […] con una cita de Sébastien Chamfort: “La esperanza solo es un charlatán que nos engaña incesantemente; y, para mí, la felicidad empezó cuando la perdí. De buena gana  hubiera escrito sobre la puerta del Paraíso el verso que el Dante puso sobre la del Infierno: renunciad a toda esperanza vosotros que entráis aquí”. Soltó la miga de pan sobre el mantel y dijo: “Esto es lo que pienso de la esperanza”.» (Anthony Cronin, Samuel Beckett. El último modernista).

Aidan Higgins criticó Cómo es y dijo que «El viento ha dejado de soplar en su obra; no hay época del año, no hay hora del día. Solo fricción, por el momento». Nunca se le ocurrió preguntarse que tal vez el viento dejó de soplar para su oído. Que la fricción también hay que escucharla. Hay lectores que se ponen tan cerca que  terminan por escribirle la obra a Beckett. 

May y su madre están situadas en alguna época del año y en algunas horas del día. Beckett no manipula relatos. Escribe. Solo escribe ante todo eso. El detonante de nuestra máquina interior le responde, como puede.

Nota extraída de la correspondencia de Beckett, exactamente de una carta a Ruby Cohn del 27.4.78:
«Pasos y No yo por el Théâtre du Labyrinthe en el Théâtre d´Orsay habían sido estrenadas el 11 de abril. Samuel Beckett dirigía a Delphine Seyrig en el papel de May en lo que sería la première francesa de Pasos. Seyrig le escribió a su hijo, Duncan Youngerman, un músico, a propósito de los ensayos:
“Ensayo con Sam Beckett y Madelaine Renaud – muy difícil – te interesaría mucho porque Sam es como un director de orquesta que trata de hacernos asimilar los ritmos. Quiere que Madelaine hable al ritmo de mis pasos y que mis pasos sean como una base – es difícil para las dos y él sufre por nuestra falta de aptitud. Ya puso en escena la obra en Londres y en Berlín y ahora está un poco impaciente – Madelaine está algo desconcertada y tiene la impresión de ser una niña con su maestro en la escuela primaria. Pero saldremos adelante (24 de marzo de 1978; colección Youngerman).”

Una crítica de Thomas Quinn Curtis en el International Herald Tribune describía a Seyrig como una «Reina loca en manos de Beckett»: «Madelaine Renaud es la madre invisible y los dos papeles están admirablemente dichos en esa lúgubre lamentación sobre la experiencia humana» (21 de abril de 1978).» 

Hay epílogo, de May. Siempre en cadencia de pasos. Soy lector invocado, pero no me acuerdo de la señora Winter y de su hija.  Así que May me lo cuenta. Es amargo, cuento de invierno. Ella y Amy hablan por la boca de May. Amy, joven y no tanto, responde a madre. A esa inquietud materna: «Amy. (Pausa.) Sí, Ma­dre. (Pausa.) ¿Nunca acabarás? (Pausa.) ¿Nunca acabarás… de darle vueltas a todo eso? (Pausa.) ¿Eso? (Pausa.) Todo eso. (Pausa.) En tu pobre cabeza. (Pausa.) Todo eso. (Pausa.) Todo eso.»

Delphine Seyrig: «Para mí Beckett es un autor que poco a poco quiso visualizar lo que había escrito en el papel, crear el objeto en su totalidad, en lugar de describirlo. No es un director de teatro, es un autor que muestra lo que escribió.»

Más que la pregunta por esta historia en aparente espejo, me preguntaría por la voz que me la cuenta. May hace su viaje de invierno y le pone su voz. May también responde a madre, responde y precisa: «Hasta el día en que, o la noche más bien, hasta la noche en que, apenas dejó la infancia, llamó a su madre y le dijo, Madre, esto no es suficiente. La madre: ¿No es suficiente? May – nombre de bautismo dela niña – May: No es suficiente. La madre: ¿Qué quieres exactamente decir, May, con que no es suficiente, veamos, qué quieres realmente decir, May, con que no es suficiente? May: Quiero decir, madre, que necesito la cadencia de los pasos, por más débil que sea. La madre: ¿El movimiento por sí solo no es suficiente? May: No. madre, el movimiento por sí solo no es suficiente, necesito la cadencia de los pasos, por más débil que sea.»

Tiro del hilo del movimiento y de la cadencia. Y ya no estoy, con la historia de la señora Winter y su hija Amy, en un simple paralelismo, el espejo se movió, ahora hay intensidad de desplazamiento. May no mima los movimientos de su historia. De su máquina interior (Proust) sube  hasta su boca lo que nadie esperaba.

Hugo Savino