
Una lectura de Mientras Dublín dormía de Daniel Merro y Hugo Savino, Editorial Fruto de Dragón, 2021
Hugo Savino viene inventando formas. Abriendo camino para leer y escribir. Luis Thonis le llamaba a ese movimiento, creo, “correas de transmisión”, pero Luis era difícil y tal vez quería decir otra cosa.
Mientras Dublín dormía, el libro que Savino hace con Daniel Merro, es hermoso, ellos lo definen muy bien, todo el tiempo, documento y catastro, autobiografía y seguimiento, arquitectura y caminata. Nos dan un mapa.
No soy la lectora adecuada para el libro, no leí completo el Ulises, casi no me lo acuerdo, son esos libros que desesperan, que de tan geniales no se puede con ellos, eso pasa pocas veces. Pero Mientras Dublín dormía se lee solo.
En él hay definiciones y Borges y Piglia, me apuro a decirlo, así también lo olvido. Hay poesía en la poesía. Podría decirse que Hugo Savino se da todos los gustos. Cuando fue por primera vez a Dublín me habló desde allá, o me escribió diciéndome: “podés decir que acá hago todas las monerías”, creo que se refería a ir hasta la puerta de Joyce, pero es mi recuerdo nomás.
Las acuarelas del libro son hermosas, esos dibujos largos, alzados de casas y líneas, los colores, los nombres los leo apenas. Hay un capítulo que se llama “Los nombres”. Hay epígrafes y cuando ya anoté en mi apunte que el libro tiene algo beckettiano, aparece el epígrafe de Beckett. Los epígrafes son los dadores de leyendas, de lo que vale leerse, como dice el mismo libro.
Es claro que Stephen y Leopold, judío y cristiano y Hugo Savino y Daniel Merro se replican una y otra vez en la conversación que siguen. Me marco varias cosas, no puedo decirlas todas. No se controlan –eso diría Hugo Savino- las lenguas en que escriben y leen, a veces van en “chelines”, otras en primera persona.
Que la ciudad es el personaje… que el viaje… todo eso ya se sabe. Las acuarelas lo pintan bien, muy bien, retratan a veces mejor que las palabras. Me gustan mucho. Que el tiempo y el espacio son los otros personajes: es obvio.
Un libro de dos desespera, ¿como me desesperó el Ulises?, no saber quién puso qué frase, desespera cuando el autor es dos. Reconozco muchos vientos del noroeste de Hugo Savino. Los subrayo, los englobo en círculos con cruces, los reconozco: hápax, secuaces, asocial, clandestinizan, apartados, sistema nervioso, desacato, arrima, recitativo, cantila… Hugo se viene inventando palabras que muchos corren a usar también luego. En Mientras Dublin dormía está también Joyce como ladrón de frases, como lo somos todos, pero no todos somos iguales.
En Mientras Dublín dormía, muy buen nombre, encuentro Maimónides y su libro, “cómico de la lengua”, Benveniste y su escribir para vivir tan genial y la Biblia con su multiplicación. En el libro personajes y autores se igualan, los de Joyce y los de este libro, por eso se hace novela directa. Digo que se lee sola. El lector encarna en el autor y en el personaje, en la escritura de esa escena.
Y subrayo frases, algunas son direcciones de lectura, incluso los personajes se vuelven teóricos (de la estrategia de ese laberinto de circunstancias) y otras son poesía. Allí noto cierto afán de no decir, de quedarse afuera (no sabe cómo será recibida, solo la escribe). Pero lo que me gusta sobremanera del libro son esas acuarelas de colores muy parejos, muy armoniosos, esas páginas enteras de casas y casas y calles. Y páginas oscuras y páginas marrones y bordes de páginas. Y hay páginas que combinan escritura y acuarela.
Dublín duerme mientras se escribe que Dublín duerme, es decir, se lee y se escribe sobre una escritura. Se escribe de noche, es de noche en la caminata, las horas más permitidas –diríamos con Mandelstam- donde la poesía sobreabunda quizá, donde está más o demasiado a la mano.
Un libro impecable, sin erratas, vale decirlo, hay pocos así. Con letras claras, grandes. Un libro que se anima, que se juega a estar entre tantos libros inanimados, repetidos. Y aunque este Dublín pone algunas frases sabidas (la historia es una pesadilla de la que estoy tratando de despertar, bosque de la lengua –Hugo Savino siempre me dijo que leía con lápiz…) vibra en él la vida de la lectura.
Tal vez no soy la lectura adecuada por estar tan cerca, pero Savino y Merro están muy cerca de Joyce, fueron y vinieron por él, acomodaron sus lenguas a la de él para escribirlo. Digamos que se entintaron, se tiñeron. Pero luego se escribieron-dijeron sabiendo del peligro de las identificaciones.
Podría decir que el libro es una hugoneada, con todos sus secuaces (Soulages, Mechonnic, Zelarayán, entre otros), pero una hugoneada como en ninguno de sus libros anteriores se lo permitió. Aquí Merro ganó la partida. Hugo Savino es maestro de escritura y de lectura, muestra y se va, se corre, hace un verdadero diálogo, como en el que en las últimas páginas, Bloom y Dedalus, esos dos antisociales, arman al conversar. Cadena que permitió el exilio –también eso se dice allí.
Laura Estrin, 21 de junio de 2021