Claudia Schvartz: Una parte de la verdad/ Laura Estrin

“La lengua se mueve pero decir algo realmente consistente es como mover montañas. Tanto palabrerío.
Ahora mismo, solo el silencio valdría la pena.” (Claudia Schvartz)

No escriben todas, escriben algunas entre todas –algo así le escribió Tsvietáieva a la Amazona. Y cuando digo que alguien escribe, cuando digo que alguien… De vez en cuando alguien en la literatura argentina da estos pasos, estos relatos, escribe. Claudia Schvartz con temor y temblor literal, escribe. Escribe y me hace escribir. Hay libros que me hacen acompañarlos porque dan una exacta y contundente compañía. Nos dicen mejor a nosotros mismos.

Claudia Schvartz retrata la vida, que suele ser “zapatos tristes”, retrata y recuerda exacto: “´Me duele esa pobreza decente, planchada y remendada´ ¿Quién había dicho esa frase tan adecuada para Bianchedi?” Retrata extremos, mitades, hablas, encuentros, viajes reconocibles, infinitos domingos y vacíos. Retrata cuerpos: “Una vez un actor prácticamente inmóvil solo se expresó a través de su nuca. Una línea de compasión descendió hasta sus omóplatos.” Retrata lo que ve, lo que la ata a algunas escenas, a algunos fragmentos de vida. Una poeta retrata desde “el pudor de lo bello” y las frases que subrayo en estos relatos tan singulares, tan propios de su tono, del de toda su obra, crecen.

Claudia Schvartz mira, anota en este libro, el tiempo lento de las flores, algunos lugares viejos, otras lenguas familiares o no tanto. Claudia ha leído autores y ellos parecen andar en sus relatos, a algunas inglesas trae directa, aunque para Bianchedi, “aunque él no tiene compañeros. Todos son sus superiores”, el personaje del primer relato, me recuerda una variante de los terribles y pobres tipos de Gógol. Claudia puede rodear esos cuerpos y decirlos para que nosotros los compongamos reales.

Una poeta no regala sino que busca infinitamente palabras justas. Las figuras que nos trae son también algo silenciosas, o viejas, o tímidas. Claudia Schvartz es muy precisa, sus aproximaciones, frágiles, son muy ciertas. Frágil es el atributo que recorre todos los relatos, todos los personajes, pero es una fragilidad muy específica: la fragilidad del fuerte. Sus paisajes están siempre compuestos por personajes difíciles y comunes a la vez. Que sean características casi extremas y contradictorias las que los definen es lo que hace a su obra verdadera, como dice su nombre, su título. Son hombres y mujeres de gran contundencia pero que eligen alguna ausencia para definirse. Y “cada cual tiene su pequeña historia… Porque en realidad no hay nada que contar”. Debería ya decirse, seguramente se lo hizo, que solo se tendría que escribir cuando no hay nada que contar.

En Una parte de la verdad hay verdes, hay campo o pampa, hay árboles, aromas… ¿o los sentí en las imágenes de los relatos? Un libro falto de impostura, no hay gesto que no pueda verse, que no pueda rápidamente recuperarse en alguna realidad propia. Claudia Schvartz recorta la extensión completa de las vidas en un segmento que las dice por entero, en un hallazgo que no puede presuponerse. Claudia cuenta poco y alarga la extrañeza. Los relatos no tienen centro, se hilan y se dejan decir tenues como nuestras vidas que solo se agigantan si hacemos de ella mito o sobremaneras. Los nombres, de los relatos y de los personajes, como todas las palabras que se usan, son perfectos ajustes a sus poseedores. Casi diría que se escuchan en la voz de Claudia cuando los vamos leyendo. También ella inventa palabras, como “soledarse” o “Animala”, que le son necesarias porque escribe vidas como podría escribir la suya, vidas propias cuando en general tenemos vidas ajenas. Los autores saben, deben saber un saber único, eso mismo los hace autores.

Una parte de la verdad camina por entre sentimientos, sentidos, dolores: envidia, miedo, descanso, ironía… de alguien que se sabe “pescadora de altura”. Los relatos son fantasmas de la vida, se apresa lo que retorna, ánimas. Un nacimiento que lo modifica todo, una paternidad absolutamente terrible y que muchos podemos atisbar, una madre que se deja ir entre otras mujeres, relatos que recuperan lo que la vida pierde, mezcla, abandona, lo que siempre nos tritura. En Una parte de la verdad no pasa nada más que la vida y allí, el horror, claro. Lo natural siempre es sobrenatural, todo va más allá cuando uno se detiene y mira. La fealdad y la belleza, “el prejuicio, la superación, el castigo, la malevolencia”. Los sentidos, los sabores, los lugares son precisos. Estamos en Buenos Aires, en una Buenos Aires algo campesina. Y la narradora, a su vez, puntúa su hacer: dice que los pensamientos se imbrican, que los proyectos se rebelan y los dedos escriben otra cosa que la pensaron. El bien que es más chico que el mal anda por allí, como “bocas y manías” que ajusta el relato “Hortensia. De fondo el mar”.

Hay una raza de narradoras en la que Claudia Schvartz puede pensarse, yo la pienso, no es muy extensa, viene de atrás, no son muchas. Narradoras frágiles y poderosas, Claudia Schvartz puede ser lejana y cercana a Silvina Ocampo, a Noemí Ulla en algunos bieses. Una fuerte distancia las reuniría y, en ese mismo sentido, las reuniría para alejarlas de las desvalidas composiciones –no son literatura- que practican otras. Los relatos de este libro pueden detenerse y perfectamente dar cuenta de “el afán, la suspicacia, la astucia, la tontería, el miedo, todos modos del ansia”. Sus palabras no gritan pero son bien fuertes, pueden decir la vida, lo que se escapa, repito, y que los poetas corremos a anotar. La precisa imprecisión de reconocerse. Claudia Schvartz rodea un asombro, no define, vaga en torno a una sensación, a varias, a rarezas, a regresos de sentidos que se presintieron y ahora se tienen delante cuando aparecen escritos.

En Una parte de la verdad hay un todo que acecha, un entorno, recuerdos, cosas, caminos, marcas: “Así, el camino se vuelve propio a medida que van apareciendo marcas, reconocimiento paulatino y creciente de la propia vida en ese transitar. Pampa tan honda”. Frase que además recuerda uno de sus anteriores libros. Claudia escribe y dice cómo escribe: “A veces las palabras cuajaban en su boca frases íntegras. Surgían claras, autónomas. Las más de las veces, Ana se encontraba buscando la palabra escabullida, reemplazando aquella por otra aproximada. Esos días, las frases quedaban entre la punta de tinta y el papel, bostezando, desvariando. Era malhumor que se caía de la hoja y se expandía. Como el hambre, Como el frío. Eran días de trazos despistados, sin energía ni convicción. Nada que reconocer, nada que trasmitir sino anonadamiento… siquiera pena.”

En estos relatos que son como pueblos de provincia, Claudia pone palabras de antes: un “postizo”, “lavilisto” y formas de hablar que replican otros idiomas idos, algo de español e italiano… Como supuso Tsvietáieva, los frágiles-fuertes deben construir en los suburbios. Porque los pueblos acechan, los pueblos son muy poderosos y para sobrellevarlos, hay que andar merodeando, “el verdadero fracaso, la ajenidad…” Así, de ese modo, luego, el relato se vuelve médano, granitos de arena raros, cansados, olvidados, ripios que igual conforman la vida. Y lo dice ella en sus relatos, como en “Dobles”: “y declinan otra vez los sonidos y solo el rumor de un viejo patio, de viejas voces propias, remotas, que la vigilia destruye, aplasta, maltraduce, sin ritmo ni canción. La vida.”

Laura Estrin, Julio 2021

Claudia Schvartz / Una parte de la verdad, Leviatán, 2021.-