
Por Hace mucho tiempo de Damián Ríos
El mejor poeta de mi generación, el mejor de mi ciudad ¡además! Y eso es casi imperdonable.
Dedicatoria: Nos presentó Miguel Villafañe, si busco en mi Diario, será hacia 2004 o 2005, en un encuentro de editores, nos juntó y dijo algo así como: “me parece que Uds. deben conocerse, son del mismo pueblo ¿no?”. Fue contundente como cuando Nicolás me presentó a Libertella, diez años antes, en un Congreso de Literatura Argentina, en el piso-salón de los sandwichitos de los congresos donde homeless y académicos (¡?) se juntaban en el Teatro General San Martín.
Reivindico la memoria y la anécdota junto con los derechos de la ancianidad -como decía el mismo Nicolás Rosa y porque como escribió Milita Molina en Los Sospechados, libro que editamos con Villafañe, hay un plan de eliminación de testigos.
Epígrafe: … si el cantor es un cantor de la nación, y la nación está en decadencia,
¿qué le pasa al cantor?
(Ginzberg sobre Corso sobre Kerouac, Las mejores mentes de mi generación)–
Desde que conozco y leo a Damián Ríos, escribo de su cercanísima obra. Ahora Hace mucho tiempo vuelve a conmoverme. Con sus “Tardes de un solo tono”, sus poemas recuerdan Concepción del Uruguay -Entre Ríos, para los porteños, gritaría Zelarayán- y con “Ayer”, sus poemas dicen el amor. Entonces anoto algo sencillo: debemos ser sencillos, la obra de Damián Ríos lo es.
En su recuerdo van amigos, nombrados así, “amigos”, el sol, el río, el edificio del Centro Comercial, frente a la Plaza Ramírez, el Balneario Municipal, el canal entubado y canalizado, las afueras de la ciudad y hasta la costa Uruguaya en días muy claros. Las islas. El recuerdo hace islas en nuestra memoria, para los entrerrianos denotación y metáfora allí se aúnan, nuestra provincia es una isla.
El recuerdo es como un fantasma que se repite, tal vez por eso a mí se me repiten por entre los versos de Damián Ríos -vaya precisión la de su apellido- “Incendio en las Islas”, acá en una fogata, y otros versos de Zelarayán, el otro entrerriano, como esa conversación que se estira en ambos. También, merodea Mastronardi, con su abrazo de agua que la nombra para siempre a nuestra provincia. O tal vez es solo mi lectura la que los reúna pero de allí nos fuimos, hombres grandes ya somos, por eso lo de Hace mucho tiempo, título y tema, sentido, quiero decir, de este nuevo libro de Damián Ríos.
Olores, colores, la madre, el hijo, el padre, muertes. Nada mucho más allá de eso se necesita para escribir el pasado, la ciudad, nuestra vida allá recordada acá. Tardes como cuadras -dice aunando tiempo y espacio. Y aparece la calle Galarza que va del puerto al cementerio -o me equivoco?. En El viaje del provinciano me preguntaba qué entienden ahora los de allá de lo que decimos acá. Nosotros, los que anotamos, tenemos algo de allá, espíritus, y algo de acá, grafía, verso, letra. Gritaría: ¿quién entiende más que yo estos poemas de allá acá?
Más Zelarayán o mi lectura de él en Hace mucho tiempo: la mosca zumbona. Damián Ríos hace una obra como mosca zumbona, malditas moscas inútiles – algo así era una dedicatoria de Zelarayán. La creciente y la inundación, el río que era playa, Damián se extiende en sentidos que nos son-eran propios. Pero además agrega: “las cosas como son,/ lindas”. Y me quedo pensando si ese habla natural, directo, real, no tiene adentro terrible ironía o terrible muerte, o caída. O es solo campo abierto de imágenes.
¿Quién entiende más que yo ese arroyo que desemboca en otro más grande y luego en el Uruguay y que se llevaba en su lomo corcoveante (no quiero decir sísmico para no empantanar más a Zelarayán acá) la infancia de Damián? También la infancia de Damián Ríos se lleva el monte bajo -como dice Hace mucho tiempo y como esa vez me dijo Hebe Uhart que era el paisaje entrerriano y fue muy justa.
El pasado que amasa Damián Ríos en su obra es “piedras, latas en desuso y pájaros”, es decir, lata peinada. Una voz que alguna vez escuchó Zelarayán (perdón, lo empantano o me empantano) porque esta literatura de ellos se hace de voces. Como se hace de palabras traspuestas, puestas en sintaxis cortadas y repetidas, “Ayer”.
El paisaje hace el pasado de la vida. Los bichos, las chicas en malla en el Balneario Municipal que no suena como una palabra general sino por oposición al Pelay, la playa grande, la de la Isla de aquel entonces. Y ahora incluso hay otro arenal, casi artificial como artificial es, lo fue siempre, el canal del Puerto de Uruguay. Sí, así la llamamos los de ahí y no nos confundimos.
Damián vuelve a su espacio-pasado, a su casa cerca del batallón, camina por ahí otra vez, recupera fantasmas vívidos. Allá había río, arroyo, acá tubería, canilla, así es el tiempo del agua, cristal por el que nos vemos. Y el Balneario tenía fondo de barro mientras que el Pelay era pura arena amarilla. Y puedo extenderme: para ir al Pelay había que tener auto o esperar en el insoportable calor y la humedad del verano entrerriano, en la plaza desierta porque siempre era la siesta, el 3, el colectivo que si me apuran les digo que era único y que iba de la Plaza al Cementerio y de la Plaza al Pelay. Polvaredas. Quizá eran dos líneas las que había, la 2 y la 3. Base 1 llamando a Base 2 -como se ríe de los dos taxis de un pueblo Hebe Uhart en un cuento.
El color del día, el fin de un día allá, en verano, era a las 7 de la tarde, en invierno, las 6. Lo recuperan otros versos de Damián Ríos, tan cierto es que la poesía es la gran maestra o el gran saber. Cristal traslúcido de las horas claras, vueltas amarillas, luego anaranjadas y, a la tardecita, violetas. El verso como complejo-completo que se llena y se vacía de luz.
El centro del pasado es cuando pensamos en nosotros, eso saco de otro poema, y no se trata de literatura del recuerdo ni tampoco de su experiencia. Alcanza con la vida y con los ojos y las orejas. Hay que poder ver lo propio, lo cercano, ver a lo lejos es para visionarios -decía Nicolás, al escritor le está dado ver lo más propio como ajeno o como a lo lejos.
En “Tardes de un solo tono” Damián Ríos vuelve a su pasado del pueblo, en “Ayer” anda al galope más acá, “en el fleje/ del presente” -dice. Sus poemas desnudan, desnudan porque dicen sin ambages cosas: el pasado, el amor. Pero el amor nos precede, igual que la muerte y las cosas, eso leo en uno de los versos largos y finitos de “Ayer” donde se agolpan estirándose el pelo, de él, de ella, la ropa nueva, dormir, una película, lo más común, lo pequeño de los días. Versos como silabeo entrecortado, al borde de reiterarse en un vaivén que desdice lo que dice o, más bien, se acentúa. Poemas como sueños que se cuentan con los dedos. Ninguna metáfora: “nadie sabe nada”/”no es nada” -como su último poema.
Posdata: no quiero contar lo que dice el poema, quiero contar lo que me hace. Pero cuando el poeta es tan cercano… acierto a decir que él dice mejor lo que yo siento.
Laura Estrin, 2022
Ph / Michael Kenna