Gris al fondo(III) / Hugo Savino

Celia: de anonimato a voz. De huraña a delicada. ¿En qué pensaba Celia cuando pensaba en ellos? O: ¿qué pensó cuando los veía en el bar de ese pasado de inmediato a lejano? ¿Y cuando pensaba en su pago? ¿Y qué le decía a Gloria cuando dormía en su casa?

Relato expurgado, resumido, acelerado y siempre, pero siempre, acortado, y siempre lejos del tiempo real.

La cara de Celia sintió el viento que venía del Riachuelo, el soplo refuerte era nuevo y preciso, con los ojos cerrados, necesariamente medio cerrados y medio abiertos que miraban al chico que remontaba el barrilete, se paró y decidió mirar, sin red, ese nunca de la escena, esa alegría flotante. 

Orlando ahora en el negocio de Patricios. Camina pies oruga por Iriarte.

Escribo y todo va a cebolla que se pela. No importa. Es lo de menos. Lo que sí hay que evitar es la conejera de la franela amorosa. Y a cada exclamación de ese amor siempre a flor de piel, repetirse más allá de lo inaudible: mentira. Una serie de puntuación con la palabra mentira, en singular.

Celia encontró su nombre en una novela que le pasó Gloria. No tenía tanto pasado en su cabeza, pero igual quería liquidar lo poco de historia que le quedaba. Agua estancada que hay que hacer circular. Camina con alguien, desconocido, y los dos creen que tienen algo que decirse, hay un fondo de aire melancólico en esa caminata por Pedro de Mendoza. Escucha, ya sabe que los desasosegados no paran de hablar. Y, un poco a la manera de los sentimentales, vampiros, necesitan una presa. El amor es más exigente que el odio. Celia aprendía esas cosas sentada a la mesa de esa troupe que buscaba puerto de salida. Como en la novela que le prestó Gloria, Celia no esperaba nada de nadie y nadie esperaba nada de ella. Era una reciprocidad perfecta. Tampoco Celia tendría que hacer de provinciana para porteños y los porteños estaban exentos de cualquier comedia de amor a lo provinciano. Cada uno abandonado a su voz interior, como diría alguien. 

¿Irma dejó escapar al perro, al foxterrier? ¿Esa crueldad?

Sueños de tren carguero con rumbo al Norte. Celia me pasa la  novela que le pasó Gloria y leo diez páginas por día, paso a paso, me lleva veinte días, es una concentración pautada, una disciplina auto-exigida. El personaje esta en huelga ante la sociedad, como cada uno de esta no-banda, pero cada uno es alentado a progreso, a deshuelga, compulsivamente, ¡oh el progreso!, alma patrona de la sociedad, por rentistas, o de la familia o del estado, expertos en quedarse con la última palabra, a sumarse a la supuesta alegría de una «rutina asalariada», pero el carnero no estaba entre nosotros. Derrota del Amor, para el bien de cada uno. O, sucumbir al terror social de terminar en gusano, a evitar. O entrar en la franela de la reciprocidad que todo lo embellece o la voz de falsete de las reseñas pactadas, de las despedidas con futuro de amor, o de las promesas de encuentro. 

Cuaderno de Luis Cardoso. Sí, casi todo vale un silencio casi completo. No hay nadie para escuchar. Pero ¿escuchar qué? ¿La simplicidad reclamada? ¿La promesa al aire? ¿La charlatanería de los amateurs de poesía? ¿El falsete de los traidores a Freud? ¿Las retóricas de los alcahuetes de categoría? La lectura de Shakespeare me vuelve loro de preguntas. Por hoy, paro aquí. A la noche Gloria me contará algo que no sé de ella. Y están los cretinos que vigilan los fragmentos de felicidad, viven de esa miseria, de la miseria de arruinarlos.

No hay que hablar a menos que te pregunten algo, y ni así. Casi nadie te pregunta nada, solo hay loro con su poema a mostrar. A imponer. Loro con su mamotreto de palabras sin frases. Loro con promesa.

Carla Bley: «Sí, pero en general muestra mi falta de confianza en el mundo». (Viernes 29 de abril)

Ahora todos miran a Celia. La miran todos los días. Con amor, con casi nada de fastidio, con ratones en la cabeza por cosas que imaginan. ¿Cuándo se transfiguró Celia?

Yo, Elia, seco a reseco, de bolsillo, quede claro, no mendigo de reconocimiento, rechazo a los farsantes predicadores de la subjetividad absoluta, no quiero narrar nada, solo quiero improvisar.   

Y afuera la vieja hilera de mentirosos, de buenos de alma, de falsos conmovidos, de tacaños, de víboras del amor, las musas del desmayo por etapa nunca llevado hasta el final, pasan y miran para adentro del café. La malevolencia, en mi mirada un poco exagerada, desfila por la vereda en esa mañana cálida, de cielo claro, de hojas verde oscuro colgadas en el sol translúcido, nos miramos, furtivos, es septiembre y no hay viento, es raro, Celia entra sweater morley que le marca tetas, pollera que le revela cadera, piel sublime. Durmió en lo de Gloria. 

Cuaderno de Luis Cardoso. Los que no leen novelas, no quieren que leas novelas. Los que no se frotan a los poemas, no quieren que leas poemas. Los líricos desmayados solo quieren que los leas a ellos, los justicieros te arrastran a sus causas y después se toman el primer colectivo que pasa, los gritones viven agitados y creen que la literatura es algo sagrado, más los desmayados de erudición, más lo que leen todo porque no pueden leer nada, menos, y cada vez menos, los que improvisan, los que se concentran, los que hablan poco, los clandestinos, los que no cuentan nada. (Sábado 1 de mayo

Y ahora que entra Celia y pasa el umbral, y llega, y se sienta, y habla, pide café, sin esa pretensión mitológica del que pide su café, y que a la noche lo cuenta en una cena, mientras hablan de cine, y justo hay de invitado un crítico de cine, él se define como «estudioso», y esa noche el mitológico quedará atrapado en el saber y pagará para que le enseñen plano contra-plano, esas cosas, pero me traigo a Celia, que habla, no dice «mi oralidad», solo habla en voz más bien baja.

No saben qué hacer con ese infinito de sintaxería, de ritmos, de repeticiones. O sí, saben, ignorarlo. O estrangularlo, o hacerla larga, o reducir todo a lánguido acartonado. Vendrán críticos, medirán,  te querrán perrito faldero, tirarán líneas, harán el trabajo de zapa de la lectura fingida, y será el eterno intento de poner algunas obras en la basura.

Cuaderno de Luis Cardoso. Estoy muy paranoico. Así que mejor a boca cerrada. (Lunes 16 de mayo)

Ayer hablé demasiado de ese jetón, es que me irritó mucho con su sordera, su dinero, su manera de pedir la comida, me hizo gastar la plata que no tengo, me metió en la ratonera de su guita, me puso tenso.

Mi gris tiene toques de amarillo, o de bermellón, o de verde en un rincón del cuadro.

Yo traduzco: «Nunca viví en la oscura farsa furiosa de la vida real de este mundo lleno de ruido y trabajo, wuaw.» 

Así que me pongo a contar cosas que nadie entenderá. Y leo aventuras del pasado, cosas tipo Príncipe Valiente, uno de mis héroes. Leo libros sobre esos tipos que se excluían unos a otros, la estupidez de la exclusión, pero eran sus pasiones y me gusta seguirlas en esos libros raros, fuera de todo, solo testimonios, recorridos.

Cuaderno de Luis Cardoso. ¿Y si Elia quiere ser realmente alguien oscuro oscurísimo? ¿Indescifrable?  Yo, hoy, floto   entre el vacío y lo hueco. Mañana se verá. (Sábado 28 de mayo)

¿Dónde estaba esa bata de percal? ¿En ese conventillo de cinco piezas y un baño? De novela barata escrita por un un heredero adolfo alsina.

Cuaderno de Luis Cardoso. Me despierto muy temprano. Me quedo un rato en la cama. Y me levanto. Contesto unos correos. Y me pongo a leer a Lorenzo García Vega.

«Pero, dentro de mí, siento una extraña atracción hacia lo barato.»  [El cristal que se desdobla.]

Saqueo.

Siento también esa vía a barato, a melodrama. 

García Vega piensa que podría haber sido un ambientalista, en un lugar donde existen esas cosas. La  fuerza de la frase está en ese «un lugar donde existen esas cosas». Cosas de marcianos para tipos como García Vega, nacidos en el culo del mundo, expulsado a paisaje de rutas. Bag boy en un supermercado. Ambientalista de supermercado poniendo sachet de leche en el baúl de un coche izquierda divina. Corrijo el Bartleby. Me gusta, me quedó bien. Concentrado.  (Miércoles 10 de enero)

Capa de niebla olorosa sobre el puente Barracas a las seis y media de la mañana. Cruzo a pie. No se ve nada. Pienso en la película de Mario Fortuna. Me voy a patitas hasta Saint Hnos. Hay huelga de transportes. No quiero perder el empleo. Voy a pasar por la plaza en la que se entrena Goyo Peralta y lo saludo. Esta vez no desde el colectivo. Voy soñando con ese saludo. Tengo que buscar mejor a mis secuaces.

No puedo ir a esas vaguedades con bibliografía, no, tengo que salir de ahí, que volver a lo antiguo y rojo bermellón y perdido, y que no me lo roben, a esa luz de otros años, mi gris tiene toques rojos y verdes y blancos, volver a esa fuerza de árbol de octubre, a una añoranza de algo, a mediodía de almuerzo solo, a lo muy antiguo antiquísimo, a soledad, soledad perdida, sola, muy sola. A mis octubres con ese calor que asoma y árboles con hojas entre verde y medio estrías rojas, hojas del ex-otoño, casi al borde de noviembre toques de calor, que trae cielo azul, y aroma a jazmín.

Descarriados:
seguir, hacer, trabajar, exageradamente. Plantarse ahí, ponerme en ese río del tiempo y rascar el pasado, otra vez, frotar la lámpara Huck Finn y oír por mí mismo.

Cuaderno de Luis Cardoso. La carta a John Clellon Holmes del 27 de mayo de 1956. Toda la soledad de escritor de Jack Kerouac está ahí. En el final se dice y le dice «me gustaría sacarme de encima mi compulsión a escribir. Ya escribí lo suficiente como para abandonar la escena.» Porque hay una escena. Y es donde se publican los libros. Donde te esperan para negarte. Para encarrilarte. Para que no pises la sintaxis, incluso los que alguna vez trataron de pisarla y se quedaron en el sillón de glorias enanas. Cagados las patas. Jack Keroua: «Tengo el corazón roto de ser tan desdeñado. Después de todo, no es justo.» (Carta a Malcolm Cowley del 9 de mayo de 1956). Me anoto estas citas. Hoy, que es una mañana de brisa y de sol octubre y Gloria que está por llegar con medialunas y café y nos contaremos cosas de la noche de cada uno y se verá hasta dónde. (6 de diciembre)

Loco de todos los días, de cada hora, solo por estar colgado y sostenido en ese punto sin certeza, sin nada de garantías, autoridad mandada definitivamente al carajo de carajo.

Cuaderno de Luis Cardoso. Cita: «Cuando se enteró, el abogado Ariberto Mignoli dijo: “Una pena verdaderamente, porque esto [la difamación] de alguna manera vuelve inútil todo lo que había entre nosotros”.» Hago mi lista de difamadores. Y sí, todo es inútil entre ellos y yo.

Vi de nuevo el Jesse James. Se queda pegado a ese energúmeno de Bob Ford. ¿Por qué? Queda ese misterio en la película. No es tan fácil de interpretar. ¿Está cansado? ¿Se busca alguien que lo asesine? Quiere ser historia. No quiere ser héroe de un momento, eso seguro. (19 de enero)

Tengo que seguir como sea la orientación Norte. Viene de la infancia, del fondísimo rincón del patio bien al fondo, al borde de la ventana que daba al galpón de Alpargatas, y más, ya adentro, a la caminata entre las bolsas apiladas en rectángulos y con pasillos infinitos. En esa soledad soñadora se hizo Norte.

Cuaderno de Luis Cardoso. Anoto esta frase de Elia, como me la dijo hoy a la tarde: «Fui más allá de lo que se publica ahora, más allá de los que me roban los que no leyeron.» 

Más aburridos poetas que hablan de sus hazañas, más poeta que me corrige lo publicado, ¿lo dije?, más maniático que lee al sesgo y me cuenta mil veces su libro, más ese lector de ensayos sobre poesía, más traición en todas las coordenadas posibles. 

Cuaderno de Luis Cardoso. El Cuaderno 14 es mi disciplina zen. Tengo ganas de soltarlo y perderme en otra cosa, en otro sueño. Me propuse escribir algo con este Cuaderno 14 pero veo que no va. Mi vanidad de perezoso no lo soporta. Ella lo escribió en registro de la cima de figuras y espirales, y eso que lo leo en traducción. Más saqueo. (7 de septiembre)

Cada tanto, solo cada tanto, cruzamos todos juntos el límite Constitución, y seguimos por Lima, rumbo a más Norte, a solo caminar, y conversar, hasta esa fuente de la costanera, no siempre, es tal vez imitación de una foto de otro conjunto de santos que caminan en banda por otra ciudad, el más santo de todos se para, toca un timbre, nadie contesta, mira para arriba, con los brazos dice no hay nadie, y siguen, salida de pausa larga, o inspiración de una novela argentina, de otra banda, de otras caminatas, llenas de paradas. Todavía no envejecieron muchas cosas, todavía hay gente que camina, que va y viene, algo cambia, pero ahí, y nos preparamos para irnos algún día, todavía hay cielo claro y poco humo, pero es verdad que no viene mucha agua diferente, ya es casi la misma, y algo de aburrimiento se instaló, pero todavía nos quedamos, sí.

Gloria y Celia del lado de la vereda de los tilos, dos no-solteronas de paseo un viernes por la tarde, mientras la otra parte de la no-banda hacía boliche, hacía conversación, hacía solo café negro, Lola en una punta de la mesa, le toco la rodilla con la mía, después le rasco el tobillo con pie descalzo, ella mira por la ventana, no abre la boca, está lejos, hoy nadie quiere bajarle la bombacha, hoy todos viven en el silencio del mediodía perdido que entra por la ventana sol de invierno, y las ausencias de cada uno se vuelven aire, nada, cada vez más lejos.     

Hugo Savino, 2022

Ph / Michael Kenna, Golden Gate Bridge,
San Francisco, California, U.S.A., 1989.