La Maldición Escolar. Néstor Sánchez / Conversación con Héctor Bianciotti

Esta entrevista fue publicada en francés en el número187 de La Quinzaine littéraire de mayo de 1974. Y en el número 1 de la revista Innombrable de Buenos Aires, en 1985. Vale la pena retraducirla para los “contemporáneos en el extravío” y ponerla en el tono del sintaxero que fue Néstor Sánchez. Los otros, los contemporáneos de la actualidad, pueden ir a otros libros, abundan.

HS

Héctor Bianciotti: Usted escribió «Nosotros dos» hace diez años, en Buenos Aires. Después siguieron otras tres novelas. Desde el primer libro, se demarcó de esta generación de escritores sudamericanos llamada generación del «boom», y de la cual dijo que escribieron novelas que «pueden contarse por teléfono»…. ¿Puede desarrollar su concepción de literatura?

Néstor Sánchez: Si es que tengo alguna, esa concepción podría reducirse al hecho de que jamás acepté la exigencia de “comunicación” en la escritura, o contrabandear el contenido a través de la forma. Tampoco acepté esa servidumbre que la prosa mantiene con relación al muy fatigado esposo de Scheherezade, el lector, y que tiende, en resumidas cuentas, casi siempre, a confirmar los rituales de la tribu y sus jerarquías, a fin de conservar el principio sacrosanto según el cual un hombre escribe y demuestra cosas, investido de un poder absoluto, y otro lee con una disponibilidad absoluta.

La perspectiva de comunicar aquello que se habría aprendido o entrevisto aún antes de que el acto de la escritura comience representa para mí una de las ocupaciones menos divertidas, la menos profundamente «comprometida», si se quiere, y también el momento más vulgar de una lengua. Siempre me pareció que para escribir, es esencial estar convencido de que todo texto es un texto del cual uno puede prescindir, que tiende únicamente, en el caso en que tienda hacia algo distinto a su propio estupor, a hacer revivir en el lector las motivaciones oscuras que han empujado a este otro hombre, el escritor, a trabajar con palabras. De todo esto se desprende una concepción de la novela en la que no hay personajes necesariamente consecuentes, ni acciones que se cumplirán fatalmente. Tampoco hay motivaciones que nos justifiquen, y sobre todo no está la influencia de un país que nos estaría pidiendo algo que se aproxima bastante a esa maldición escolar que es una conciencia histórica.

Héctor Bianciotti: ¿»Nosotros dos» responde ya enteramente a estas teorías?

Néstor Sánchez: No del todo. «Nosotros dos» fue antes que nada la toma de conciencia de mi propia voz, y del mito de la ciudad como síntesis del mundo, y una puesta en tela de juicio de los esquemas culturales ordinarios. El título quería ser una especie de homenaje al poema de Michaux, poema expiatorio y atravesado por la misma incertidumbre del sentido, esa incertidumbre que precisamente había alimentado mis ganas de escribir. Es un libro escrito en contra de una enorme novela que terminé por destruir, en contra del aburrimiento de la novela en general, esa televisión del siglo XIX, y a favor de la poesía entendida o presentida como instrumento de conocimiento.

Ya sospechaba que la mayoría de las veces la literatura sirve para alimentar la vanidad, la mentira para con uno mismo, la indolencia. Creía saber, y hoy estoy seguro de eso, que todo poema es, ha sido y será la historia secreta de una carencia. Es decir que «Nosotros dos» ha sido el inicio de una búsqueda, difícil de explicar, y que alcanzó, me parece, su propósito – como búsqueda, tal vez – con «Cómico de la lengua”, mi cuarta novela….

Héctor Bianciotti: ¿Que pronto saldrá en francés, traducida también por Bensoussan?

Néstor Sánchez: Sí, y de paso, debo saludar al trabajo de Bensoussan, que, más que traducir, recrea.

Héctor Bianciotti: ¿Y en qué consiste este cumplimiento de su búsqueda?

Néstor Sánchez: «Cómico de la lengua», de todos mis libros, es el que menos se acerca al resto de la literatura sudamericana. Una literatura que salvo algunas excepciones, no dejo de subestimar y no sin pena, créame. Por último, pienso que en este libro, debido a la experiencia acumulada, pude trabajar con mayor seguridad en la paráfrasis, en el humor, y por consiguiente llevar a cabo un propósito primordial: la desmitificación, para mí mismo ante todo, de ese personaje tan triste de nuestro tiempo que se llama «escritor», y, sobre todo, de la decepción final por nuestra cultura. El libro que estoy escribiendo me hace esperar un nuevo comienzo.

Héctor Bianciotti: ¿Una nueva dirección?

Néstor Sánchez: Por primera vez, estoy escribiendo lo que llamaré la novela de «la claridad hacia los otros», es decir que llegué a tener en cuenta los hábitos del lector – la nitidez del proyecto, el suspenso, la historia, el relato; en suma. La historia – una historia atroz que me aterroriza a mí mismo – será un camino, un soporte fijo, una base para que la escritura pueda justamente circunscribir con precisión el sentido oculto de las cosas. Por primera vez experimento la necesidad de decir cosas, pero cosas que siento como esenciales, y no reflexiones derivadas de la cultura. Conocí a esa clase de escritores que creen poseer la «verdad», escritores muy conocidos que enuncian “verdades” definitivas, sin duda por miedo a descubrir otras cosas que socavarían su modo de vida y su escritura… Me interesé en ellos, en sus vidas, los escuché hablar: me espantaron.

Héctor Bianciotti: ¿Tuvo influencias puntuales de otros novelistas?

Néstor Sánchez: Es complicado… Cuando empezamos a leer desde el punto de vista de la escritura, ya preocupados por ella, me parece que dos tipos de influencia adquieren, a la larga, una importancia similar: los autores que parecen indicarnos el camino oscuro – y tan incierto – hacia lo que buscamos, y los otros: aquéllos a quienes es preciso leer con mucha atención, porque nos muestran – nos demuestran – todo lo que no queremos hacer, toda esa literatura que no nos concierne, que no le concierne a aquel que se pone a escribir, esa literatura que forma parte de los mitos culturales más convencionales. Durante un primer período, largo y marcado por una gran soledad, poco a poco se forma una especie de antología personal que tiende a metamorfosearse, por resonancia, en un solo libro sin comienzo ni fin, sin nombre de autor, sin índice: tres versos de Yeats, un canto de Dante, diez preguntas, y las respuestas de Joyce, el Morelli de «Rayuela» de Cortázar, la cadencia de un párrafo de Borges… Más tarde, las cosas cambian: ya no buscamos reconocer una “voz», buscamos “re-vernos» en el mundo. Entonces sólo quedan esos autores poco numerosos cuya obra escarba en la única memoria que quiere en verdad concernirnos: las grandes tradiciones. Releer a Eliot, es releer el Eclesiastés; Pound, es la poesía china; Daumal, un traductor apasionado del sánscrito. Así, aunque continúe releyendo los libros más amados, y también releyendo a aquéllos que llamaré mis «contemporáneos en el extravío», ya siento, en este momento de la vida, que puedo limitar mis lecturas a cuatro o cinco libros: el Corán, la Biblia, el Bhagavad-Gita, los Upanishads, el Tao Te King, al mismo tiempo que continúo mi tímido aprendizaje del sánscrito.

Traducción: Hugo Savino

Publicado en Entrelazos, 16 de junio 2016