Anotaciones sobre la obra de Inés Aráoz (II) / Claudia Schvartz

…Una actitud indomable de anotación… la libertad con que los temas se enlazan como en una red que todo lo uniera. O como si hubiera algo relativo al vuelo, a la visión desde altura, como planean ciertas aves, avizorando desde muy alto gran cantidad de datos importantes, gravitantes. Algo relativo a la libertad, que no puede ser calificada de profunda o enorme porque libertad siempre es sorprendente y difícil de encontrar aunque inmediatamente reconocible. Sutileza y potencia seguramente hay, en esta escritura de Inés Aráoz, que no teme repetir sus palabras. Aquí todo se empapa, disuelve, amalgama y transforma, como alquimia. Metamorfosis y metáfora o tal como puja la vida, incesante y constante.

Un eje inmaterial permite que todo fluya hacia el equilibrio y el salto. Como si se tratara de un espacio, claramente, y que me hace pensar en la ingravidez del deseo que impulsa lo real. Entonces sobreviene la imagen de Iris Scaccheri avanzando con sus giros por el inmenso escenario y repitiendo cada noche esos giros idénticos, asombrosos, esa precisión que parece provenir de un dictado sobre el mapa infinito.

El espacio es un elemento vital en la poética de Inés  Aráoz. Y si Iris evoca la infinita energía de la libertad – Libertad o idiocia… (Los intersticiales 1986)-, Inés Aráoz reconoce que su espacio es el lenguaje que la hace una pero diversa, en La Comunidad. Sobre todo cuando leo “RINÉS ARÁOZ –la mayúscula es mía- había aprendido a defenderse del peso del lenguaje” (1988).

Yo soy pájaro y nada mío; me asiento en la /punta del pie, eje del cuerpo, brazo y/ piernas extendidas, barbilla baja  las/venas del cuello tensas. Lo demás es oscuridad./ Estoy para contener en mis palmas/ Estoy en mis palmas, agua, agua…

Sutileza y potencia en esta obra que lleva una vida elaborándose. Y también su alegría viva. Una alegría que convoca tal vez por lo desasido de su estro. Rehúye, más bien, toda rienda y construye su obra como construyó su Casa-Barco, en el centro del terreno, lejos de las medianeras, con antiguos saberes de artesana de la música, como luthier que es. Así esta obra  es su residencia, hogar consagrado  para sitio del fuego primordial.

Aunque quisiera y lo he intentado, escribir sobre la poesía de Inés Aráoz me obliga a abrir, en los temas, diagonales y paréntesis porque así como existen los intersticios, siguiendo la brecha, agua o aire, rápidamente se abre en lo cerrado, la piedra fundamental, una nueva secuencia  de alto fragor disquisitivo, siempre poema, sin embargo. Porque abreva, esta artista, en fuentes profundas y poderosas. Y su “retiro” -o duelo, porque obligación la vida-, ante la  pérdida de su gran amor [El amor de dos poetas, solos, en el centro del poema]  por ejemplo, ha sido el aprendizaje y  descubrimiento del idioma ruso, que le abre la posibilidad de leer en directo a su dilecto amigo Gogol. Entonces el lenguaje mitiga el dolor. Aunque ahora sea en ese espacio de vuelo solitario, incluso salvaje… que se lee en las ocho secuencias  de Blanco sobre blanco que forman el núcleo de Viaje de Invierno (1990).

Hay, en la obra de Inés Aráoz, situaciones de resurrección, cuando la presencia del ángel devuelve la palabra:  Quería la luz de la alegría de Dios. Y acaso no fuera más difícil ni más absurdo que aspirar a la dicha prendiéndose de los gajos del lenguaje. (Ría, 1988) Y se podría ir citando fragmentos memorables de la Obra Reunida de Inés Aráoz y de cada libro en particular, puesto que en la lectura se ensancha un universo plástico, espacial, con una experiencia – diríamos- geométrica como del primordial conocimiento de los cielos por los navegantes (y los filósofos), que se mueven en pos de lo por amar: ese instante que todo lo trastorna, lo ilumina y lo transforma, y entonces cobra sentido ese “santiamén que se nos ha concedido”.

claudia schvartz, marzo 2023

PH / Iris Scaccheri