Alcanfor de Claudia Schvartz, Leviatán, 2018.-
Cómo puede ser tan necesario
Encontrar y dar cuenta de un sentido
Y que eso ame más que a mí
Y a los que amo más que a mi vida
Y sin ese fluir nada tenga razón ni objeto
Y sólo allí pueda encontrar mi paz?
(Alcanfor, C. Schvartz)
El libro canta solo, cada poema canta. Sigo leyendo. La ciudad hoy, enrejada, terrible. Pero muchísima música tienen los versos. Qué decir marcado por la verdad: le creo a los poemas. A las durezas y a los casi borgeanos espejos. Van por la propiedad de la poesía. El mediodía, la sed, el viejo abrigo extrañado. Las narraciones escondidas que “difícilmente alguna vez escriba”.
Libro distinto, en mi recuerdo, a los anteriores. Más cantarín, de versos breves. Los geniales anteriores eran también distintos y de frases breves. Pero la historia o el tiempo siguen. Y Claudia siempre salta. Es la única forma de seguir. Y la poesía dice, acepta, sabe: “y es siempre insuficiente lo tardío”. Una enorme avidez: de tener el desesperante zorzalito en el verbo, la calma del costurero y el ruego de un poema sencillo para una antología, todo eso canta. Canta la vida, solita y sabia ella sola. La poesía, lo lírico, está cercano, en el pelo secreto de la lengua, en el congresillo-poder citado, en el regazo que se hace secreta hija. Cuenta y canta la vida, se dice, se consuela, cose un elástico, recuerda una pequeña cocina en otra. Pero qué hago contando lo que hace la poesía de Claudia Schvartz, mejor trato con lo que ella me hace…
En mi casa al alcanfor lo podaron, con su aroma… arrancado, en ésta el alcanfor reina en el escribir que es la casa para el poeta. Además está en la ventanita pulmón de manzana. Y dando vuelta la página, con dos o tres finos humores lóbregos, encontramos: en la derecha del cuerpo el padre, más adelante un desparramo de hermana, hija o tía. El nombre de madre oculto entre los maxilares. Y una imagen que luego viaja y la poeta la acompaña. Poesía-un cuerpo, que se quiere y se pide joven. Está ahí. La casa, el jardín, lo que aparece allí a destiempo de ser ya tiempo de jazmines-sagitarios o hierbas-de costado. El poema pone los estados del cuerpo y los del alma: ira-torniquete, felicidad-inaudita. Y el pasado apretado, los recuerdos ahí nomás. Vivos! Las amigas, las dedicatorias, las casas de los otros y el río del Delta. Y no consigo más que seguir la descripción, aunque siempre de sustantivos, cosas concretas que el poema hace.
Todo el libro y sus partes son “un poema que sonríe”, que recuerda mansos y duros momentos guardados sin fin. Porque pasa el tiempo, para la enamorada del muro, para los sueños, la pampa o los cerros, la pirca. Pareciera que el poema descansa en el humor del ánimo: “Solo si amor da alas/ Y la alegría el ritmo:/ Para tratar a la página/ Como si fuera el mundo”.
Perfectas palabras descubre el poema: decidir un agosto, la costanera de las cosas, y a veces buscadas y encontradas herméticas, más oscuras, dolientes para sí y escritas, las más propias palabras. Y, además, una poética subrayada o tachada en las últimas páginas, la que coloqué como epígrafe, encontrada justo cuando me preguntaba por el tiempo de esta poesía de ¿otro tiempo? La poesía es del tiempo de su lectura. Fraternidad infinita para el que entiende, para el que aguanta, como decía Zelarayán de los amigos. Una poética pura, amar más el verbo encontrado, que a todo lo demás, el horror del poeta y la paz del poeta, allí se dice porque “Sin sonar no somos”.
Laura Estrin, Septiembre 2018