La música en la sangre. Sobre Natalia Coluccio / Nahuel Sánchez

 

 

yo

miro

y si puedo

me desangro

    Natalia Coluccio

 

 

La literatura, como fuerza de choque —de vanguardia—, combate una guerra imposible: la guerra contra el vacío. Natalia Coluccio, en su poema “parque gris” que abre su último libro publicado, trifulca, (nos) dice que “si algo existe / está vacío / como el traje / del que todos nos reímos aquella tarde / -y cuando digo todos / es yo-”. En Nicho, su poemario en proceso, escribe: “hoy ni un sonido / un perpetuo deslizarse / entre un vacío / y el otro” (“oficio”). La guerra contra el vacío es una guerra que se combate con respeto, con miedo: “nunca perdí el miedo / a los lugares vacíos / con las luces perdidas [porque] la diferencia entre / lo que existe y lo que no existe / es que lo que no existe / me da más miedo” (“no amanece”, trifulca). Cuando a  Natalia Coluccio le preguntaron qué es la escritura, respondió, justamente, con unos versos de trifulca: “escribir / es una forma de combatir / malos recuerdos” (“la mudanza”). Porque la literatura no nos dice cómo pensar, nos dice: “pensá”, más aún: “preguntá”. “La vida consiste en arder en preguntas”, escribió con suma literatura Antonin Artaud en El ombligo de los limbos. No hay un manual de consciencia sino una máquina para poner en funcionamiento el pensamiento, porque, como dice en “avenida cruz” (La mentira piadosa): “las preguntas no pueden alcanzar / lo que buscan”; ya que “a lo dicho, le faltan preguntas // ¿quién es yo?”, leemos en su (mejor) no-novela (como Natalia Coluccio llama a sus libros de prosa semicortada) Loria.

 

Si la poeta escribe para “combatir malos recuerdos”, la memoria, el pasado virulento y corrosivo, recorrerá toda su obra. Así empieza Loria: “unas migas // estoy empezando / la memoria / terrible calesita. lluvia. la calle. es lo poco que hay que recordar con música de hace años. algún tipo de evento crucial o difuso. // Busco atajo: es muy difícil escribir con tantos recuerdos”. Porque (también en otros versos-pasajes de Loria) “en los recuerdos todo se transforma en dolor”. En un poema de La mentira piadosa, “la influencia”, se lee: “¿cuándo fue ayer? (…) recordar / es andar a caballo / sin estar entrenado en las desgracias”. Natalia Coluccio dice, en su título-frase de un poema de trifulca, lo que sigue: “tengo mucha imaginación para el recuerdo”. Y esa imaginación, cuando de recordar se trata, viene de la mano de la angustia: “el dolor / es lo que hace recordar / la memoria es una mala señal” (“pocos”, trifulca). La poeta no puede (¿ni quiere?) romper lazos con el recuerdo, con el que tiene una relación de quien se arroja derrotado a la dependencia del vicio. El vicio al que desesperada se aferra es al recuerdo: “me abotono en el vicio del pasado” (“trato”, Nicho). El recuerdo teje y descose, arma y destruye, y a pesar de las siguientes frases-sentencias: “algunos recuerdos están en contra de la vida / algunos recuerdos están / peleados con la memoria // morí un poco / a cada paso del recuerdo” (“parque gris”, trifulca), y de este otro latigazo: “que exista el pasado es nuestro infierno” (“llegar al lunes”, La mentira piadosa), el recuerdo es siempre la guía (¿y salvaguarda?) de su escritura: “hoy / me muevo en el recuerdo” (“parque gris”, trifulca). Al mismo tiempo, el recuerdo, “el pasado”, “nunca es memorable (…) el pasado nos limó los huesos (…) –y si un miedo me queda / es que todo se vuelva- / pasado” (“una canción”, Nicho). El recuerdo es el punto de partida y de llegada (¿a dónde?), y el “viaje” consiste precisamente en eso: “ruedo en viaje / incrustada en recuerdos” (“viaje”, trifulca). Y la poeta recuerda siempre con el oído: “los malos recuerdos cambiaron porque / los malos recuerdos también cambian // el oído / es más perverso que la boca” (“veo”, trifulca). Sobre el recuerdo, junto con el oído y la poesía, cito la siguiente estrofa: “escribo / para decir después / que no escribo / para poner la cabeza / a todo lo que suena / escribir / para escuchar” (“el perro le ladra”, trifulca). Y la memoria es sentencia de recuerdo permanente, irreductible: “la peor amenaza / es que los muertos no estén / del todo muertos” (“letras sueltas”, trifulca). Pero a veces, solo a veces, el recuerdo (el pasado) es un viaje que en un momento fue promesa: “hasta ayer / todo era / cierto (…) pero esta noche / la sopa se me atraganta”. El pasado, la memoria del pasado, es la memoria como imposibilidad de vida, de vida deseable de ser vivida, y a la vez, la memoria del pasado es la única posibilidad de escritura.  Así, “el descanso es / eterno recordar” (“día de los muertos”, Parca).

 

María Negroni, en una entrevista hecha por Valeria Tentoni, dijo que “Cada libro es la conquista de una forma. La forma es lo que viene a calmar la obsesión que da origen al libro”. Sin embargo (porque en Natalia Coluccio, disruptiva, querellante, mucho de todo viene acompañado de un adversativo), en NC leemos una totalidad en el conjunto de su obra. Cada libro es una totalidad, una unidad, y esa unidad es su obra-libro (así, con el guion-puente de Marina Tsvietáieva que a Natalia Coluccio no se le escapa al leer a la poeta rusa). Porque “todo lo igual / está por verde” (del manuscrito Abril 2006). Y esa totalidad (siguiendo con el paréntesis sobre la lectura que de Tsvietáieva hace Natalia) es una imposibilidad: la imposibilidad de unir dos fuerzas vitales: la vida y la escritura, la experiencia y la poesía. Cito completo (el) “clima laboral”: “las guindas rotas / todos payasitos / la improvisación avanza / en unos gestos reforzados / nos vamos aburriendo / unos de otros / unos atrás de los otros / las reuniones pisotean soledades / piden que / toquemos temas / pero apenas nos acercamos / con un bostezo” (La mentira piadosa). En un capítulo de Loria, “Transición”, Natalia Coluccio escribe: “Hoy se trabaja otro día. Aulas llenas, desolaciones varias. / en la puerta me cuenta una desventura. Mi atención está puesta en el olvido. / Las manos se embadurnan de tiza. Los chicos engullen pizza, pebetes y bostezan alternadamente. / Una ventana víctima de manos. Ahora el frío se acerca demasiado. / pongo la estufa a luchar de nuestro lado. / la mano se me enfría y no me deja acariciar las ideas. / unos gritos se desentienden / otros van al patio / ¿es posible la libertad? / la obligación de la tarde en un lugar determinado. Y los deseos afuera. / El hechizo cae a las 17:15. / Voy”. Finalmente, en las “clases” (otro ¿trabajo?-poema de trifulca), leemos: “mis alumnos rinden / yo escribo (…) la idea / de querer frenarlo todo”. Natalia Coluccio deja la marca en su escritura sobre la relación imposible entre alumnos y sistema educativo (relación que, por su parte, muchos docentes ubican en el epicentro de la enseñanza como quintaesencia de la utilidad de las instituciones educativas, llámese escuela, llámese universidad): “los programas están lejos de las vidas. Los chicos –estudiantes- son llevados de la mano por contenidos. pura intemperie” (Loria). En sus versos, NC afirma que da “clases para escribir” (“una buena”, trifulca). Y, como buena escritora que, además de escribir, escribe literatura, nos cuenta cuál es su secreto: “Pienso luego Escribo” (Loria). Porque, como escribe en su no-novela en proceso y sin título: “Yo sobreviví a base de historias. Pensar me hacía diferente a los espíritus. No podía ser invocada. Y parecía que el maleficio no me hacía efecto”. El heroísmo, en un mundo sin héroes, es hacer de lo cotidiano-insoportable algo no menos insoportable pero algo al fin: “la épica es ponerse las pantuflas invertidas / levantarse cuando la mañana no se levantó (…) y hacer con la frente una dignidad de desayuno” (“Aquiles”, Parca). Los últimos versos de “2008, a punto” dicen y, con la marca mortuoria de fábrica de Natalia Coluccio del punto final a modo de clausura, cierran así (“Siempre el punto.”, dice en su no-novela en proceso y sin título): “cuando escribir es más difícil es porque / vivir es más fácil. (La mentira piadosa)”. Así, en esta disimilitud de lo similar (uso el subtítulo de las Crónicas del formalismo de Viktor Shklovski), en el poema “gajo”, NC escribe: “ya sé / escribir es el infierno más fácil” (Parca). En Loria, leemos esta frase tragicómica: “qué lindo es escribir cuando no queda nada”. No es casual que, en su lectura sobre Tsvietáieva, una de las frases que Natalia Coluccio haya citado sea la que sigue: “La poesía es el ser: no poder hacer de otra manera”. Lo irreductible del par vida-poesía aparece, una y otra vez, como negación de lo que obliga y afirmación de lo cercano, que se aleja porque no le sirve a la obligación: “para afinar las palabras / hace falta / callarse amasar sonidos / en la cabeza mientras / la vida falla” (“últimos cartuchos”, La mentira piadosa). Y la poesía no llega o llega tarde al tiempo de vida del escritor (igual fatalidad para el poeta): “la poesía vuelve / para no quedarse / para contarse entre los excluidos / o los escuchados a destiempo” (“argentina-uruguay”, La mentira piadosa). Entonces, en “milita, dijo”, leemos una (otra) frase a modo de clausura: “vivir / con la vida de lo escrito // es la muerte” (La mentira piadosa).

 

El problema, fuera del libro, afuera en la vida, es lo utilitario, el sirvo-no sirvo y, más aún: ¿para qué sirvo/no sirvo? En “la chiripiorca”, poema de trifulca, Natalia Coluccio escribe: “si no ganás no servís / las frases conectan los miedos (…) una mirada torcida”. Lo cotidiano es un desconcierto sin solución de continuidad, es, quizás, la mayor incertidumbre: “En determinado momento, instante pequeño, la cabeza me pide arrojarse a la almohada de boca. ‘No es tu momento’, pienso. / ¿Adónde iba todo esto? La sopa de espárragos, la soledad, el bicho desconocido. No me acerco a la idea: la mastico. No fue el momento” (Loria). Pero ¿cuándo es el momento si en el momento de aprender, no se aprende nada?: “Rompí una bicicleta del miedo. Quise bajarla rápido sin tener en cuenta el escalón. Y la bicicleta terminó por desarmarse, parte a parte. Y como se rompió, nunca llegué a adulta habiendo aprendido a andar” (pasaje de su no-novela en proceso y sin título). En los versos de dos poemas de La mentira piadosa, NC dice: “trifulca une porque quise escribir / porque la vida no alcanza / pero en la poesía en su sobra / va más allá / trayendo unas lecturas / subrayadas en sangre” (versos de “aguas arriba”); y en “la utilidad alterada” leemos: “hay que decir / lo que no hay que hacer / perder la pulseada con la utilidad / para lograr vencer pulseadas más inútiles / poéticas [porque] lo que importa es / la furia que todo enciende”. Y si “la vida no alcanza”, el paso del tiempo que todo lo fulmina parece necesario: “escribo / porque la muerte / es una promesa sin cumplir” (“afilados”, Parca). Porque, en la vida, “yo es (sobro)” (“incendio”, Parca). Aparecen las inevitables preguntas al tiempo, que ni viene ni va ni parece estar para aliviar: “después del viernes hay tres viernes / cuándo bajo de tánato alivio?” (del manuscrito Abril 2006). En definitiva, como dice en (desde) “abajo”: “¿qué nos queda si la quedamos?” (Parca). En el citado texto sobre la obra de Marina Tsvietáieva (“En la afueras”), Natalia Coluccio escribe: “Sobre estar viva, en Un espíritu prisionero [Tsvietáieva] dice: ‘Me avergüenzo de estar viva todavía’”. Una estrofa de la poeta argentina se parece a la frase de la escritora rusa: “algunas cosas / ni disimulo / la sorpresa de estar / todavía con vida / ahora estoy recordando / planeando el asfalto negro / rodeada / de camperitas y deshechos” (“no amanece”, trifulca). En su página personal, Natalia Coluccio escribió una vez: “hoy, hace tres años en tres días cumplía 33. hoy, en tres días cumplo 36. ¡por suerte!”.

 

Y si la vida está de más en la poesía (y la poesía en la vida), entonces ni el asombro ni la sorpresa frente a la existencia tienen lugar. En los textos recopilados para el libro/taller Escritura poemática de Néstor Sánchez, el novelista y cuentista argentino dice: “cuanta menos capacidad de asombro, mejor para la inflación expresiva, para lo que necesita ser grito, grito originario, manifiesto, dramatización sin atenuantes”. Natalia Coluccio, en Loria, escribe: “Me pregunto si algún día va a pasarme algo a mí, acá”. La poeta dice, en su frase-poema “la admiración toma los pasillos // con sus explicaciones / mientras yo / quiero escribir” (La mentira piadosa). Porque “hay cuerpos que no se acostumbran a vivir” (“licencia”, La mentira piadosa). A la vez, la escritura no es (al menos no siempre) la vía salvífica, porque “escribir” (título-comienzo del texto) “no aliviana ni alivia: // deshilacha” (La mentira piadosa). Y si la vida no es garantía de nada (de existir, sí, ¿de vivir?), Natalia mira con medio ojo desconfiado lo que la vida nos presenta como la buena nueva: “la esperanza también se escribe / también con sangre / sobre la rótula / y con fecha de vencimiento” (“analgésico”, trifulca). El poeta es una “isla”, está al margen, en las orillas (en las afueras), no pertenece: “no formé parte de ninguna pandilla / me hice / en plena huida”; y se hace “escribiendo todo el tiempo”, sin buscarlo, porque le da “peso / a lo que [siente] pero [que] nunca [buscó]” (“isla”, La mentira piadosa). Así, la libertad es (está) siempre (en) uno mismo; es desapegarse, romper, correrse y ser uno para sí, para la escritura, para el verso: “donde la contención termina / la libertad empieza / y rompe el frasquito del aplauso” (“intemperie”, La mentira piadosa). Y se pide lo que se sabe que no se da: “si el oficio fuera poesía…” (del manuscrito Abril 2006). El poeta no tiene (un/su) lugar, y cito dos frases de trifulca que cortan (¿para siempre?) el lazo vida-poesía: “huyo // todo es tierra materna” (“quien no tiene vicios”); “tanto la vida operó sobre / mis propios textos / que esas palabras / sacaron de lugar / a la experiencia” (“catálogo de naves”).

 

Una salida para la vida en la vida es una de las elecciones de muchos escritores más viejas que la escritura: el alcohol. La “botella tatuada” (así el título y así el poema): “enfermedad de autodiagnóstico (…) demuestre interés en permanecer sobrio” (La mentira piadosa). Cito dos frases perfectas en su sarcasmo y oscuridad: “me puse la botella de capa: y / a otro mundo feliz” (“libertad condicional”, trifulca); “me pregunto dónde terminar / el vino en ayunas” (“arrinconada”, trifulca). Una frase-aforismo que une deleite aparente, recuerdo e imposibilidad de olvido, es la que sigue: “cuando tomás / el problema con el olvido / es que no existe” (“el gualicho (II)”, trifulca). Unos versos que unen ¿lo mejor? de la vida y la escritura: “si la poesía se parece a algo / si el amor se puede escribir con / algo / es / es lo que recuerdo cuando / estoy borracha” (“el lugar común”, trifulca). Como cierre —cierre que en este caso nunca es clausura—, un título (también de trifulca) compone esta frase: “el alcohol nunca es robo (I)”, y NC (se) escribe: “en la vida misma / reculé en las botellas / las abracé / mientras respiraba / no paré de tomar // es que me dejaron la casa vacía / o sea llena / y me la tomé”.

 

El amor y la soledad aparecen como dos caras de una misma moneda. En el texto “En las afueras”, Natalia Coluccio escribe: “Oscilaba [Tsvietáieva] entre el amar como un bestia o la soledad –que es lo mismo-”. Natalia termina Loria con esta frase demoledora: “Los silencios suenan más fuerte cuando pasás de ser dos a volver a ser una sin nadie que se sume”. En un poema de La mentira piadosa, “el amor”, leemos: “el amor siempre bajó en barco / se subió a las aguas / porque no hay lugar más fácil donde morir”; porque “la suerte baja [está] en el amor” (“licencia”, La mentira piadosa); y también porque la compañía (solo) es la marca que mancha y señala que “tu hombro siempre estuvo quebrado / y siempre que lloré sobre un vaso / lo rompí” (“parque gris”, trifulca). Otro verso de trifulca, oscuro y sarcástico, dice que “tanto amor es atroz” (“arrinconada”). Y, para seguir quebrando la ilusión de unidad, Natalia Coluccio escribe: “vos y yo no es nosotros” (“incendio”, Parca). Cierro el párrafo con dos frases que funden el amor con la ausencia: “vos, yo / para hablar de la soledad hay que ser dos” (“desamor”, Parca); y “nunca hay más de una persona / que ama // el resto es compañía” (“ruidos”, La mentira piadosa).

 

Natalia Coluccio es lectora de Alejandra Pizarnik. Un tema recurrente en ambas poetas es el silencio. En Pizarnik, alcanzar el silencio es alcanzar la meta, llegar al final. Así, en un poema de La última inocencia (“La caída”), Alejandra “[llora] junto al silencio (…) que [la] espera”. Sin embargo, Natalia le da la vuelta completa a lo que los grandes (y menores) poetas suelen escribir sobre este (enorme) problema, y arrogante, pero en minúsculas y sin exclamación (aunque sí con el consabido punto final) escribe: “vengo a no mantener el silencio.” (“licencia”, La mentira piadosa); porque “la verdad es que sucede / ruidosa” (“ruidos”, La mentira piadosa). Pero como buena escritora que, quizás sin buscarlo, escribe perenne la contradicción, en Loria leemos exactamente lo opuesto: “Escribo para que me sea dado el silencio”. Pero Loria es lo mismo y otra cosa también. Luego del párrafo/estrofa de la frase anterior, NC escribe, concentrada y sintética (dos características ineludibles de su obra: “El bienestar depende de la brevedad”, otra frase de Loria), sobre la poesía (sobre el no-poema que es su no-novela), sobre el recuerdo y la guía que para este (el recuerdo) implica Loria: “Me editan y voy a recibir los libros en la continuación de Loria. No son poemas, me digo, son mapas. Palabras para recordar”. Porque NC sabe la poesía y su no-regla esencial: “Si sigue muchas reglas, no es literatura” (del manuscrito en proceso de su no novela sin título). La niñez, el silencio, el ruido y la poesía; estos elementos aparecen combinados en “el niño ninja” (trifulca): “el niño juega al silencio // si hago ruido pierdo / vos / me avisás con la mirada (…) él intenta ser silencio / hacerlo // duro y molesto”. Sobre la relación entre la niñez y la poesía, en el texto “En las afueras”, Natalia Coluccio escribe: “El poeta es una persona con la fuerza imaginativa y la psicología de un niño. Su impresión del mundo es inmediata, por mucho que se mueva por las grandes ideas del universo. Es decir, no describe el mundo, el mundo es suyo”. NC es lectora de Osvaldo Lamborghini; y sobre la unidad niño-poesía, Lamborghini, en su poema “(Temas de autor)”, dice: “Es un niño escribir”. Volviendo a las metas, la de Natalia (que usa una palabra aún más precisa) es posible (de vuelta) en la contradicción: “mi meca es / una mente quieta / pero apresurada / en pocos fragmentos / en mi vida que no sale de la cama” (“ruidos”, La mentira piadosa). Sin embargo, otra vez la gloria y la condena de lo que no se sabe ni se busca resolver: “la meta nos retrasa” (“parada de colectivo”, trifulca). La cama, la pieza, la soledad. ¿Hace falta más? ¿Hace falta menos? Cito completo el poema “vista”: “estar en la cama / me hace estar cerca del piso / pensar / el mundo más abajo / más pequeño // todo entra en un cuarto / hasta lo que sobra” (La mentira piadosa). Y es siempre en la contradicción que (se) escribe el poema: “renga y completa / en plena esquina para el verso / se da” (“tinta”, trifulca). Sin embargo, dice NC de sí, de la (su) escritura: “poema, pretendo demasiado de vos” (“lacra nueva”, trifulca). Porque la escritura es, también, una incertidumbre, pero es la única que la poeta sabe al saberse poeta: “escribir // me aferro a la única desconfianza / que conozco” (“lacra nueva”, trifulca).

 

Pienso que hay que leer al escritor y también (pero después; creo que es válida la aclaración) leer sobre lo que él se dice. Sucede que, en el afán de buscar la palabra exacta, a veces nos quedamos estancados en la retórica, esa que “’habla re lindo’” (El siniestro), y no pensamos más acá de la obra. En la no-novela Las ausencias, el narrador dice del chino que se confunde: “Habla y piensa con una fonética de la que sólo existe en la teoría”. Contra “el hedor de cátedra” del que habla Lamborghini en “Todo en la vida…”, Natalia anota: “me voy a hacer un yo lírico / que es como hacerse una paja” (“incendio”, Parca). Hay palabras, oraciones, versos, que en la lectura, y solo en la lectura, dicen lo exacto. Por ejemplo, Natalia Coluccio sabe (también) darle forma/belleza a lo natural-desagradable. Leemos en Loria: “El agua gotea y no me deja dormir. En casa. El agua que se lleva los deshechos, bastante humanos. De comidas ya sin color (…) El agua no traba. Es una gomita que perdió el funcionamiento. La aprieto. El caño salta y deja salir el agua empantanada. Se los regalo con envoltorio y todo”; y más adelante: “Esqueletos y formas de locomoción. Acompaño el paraguas después del paseo lluvioso. Me apoyo en el árbol. Suelto un ruido”.

 

La literatura es una guerra que, si el enemigo es la vida, de antemano el resultado es nefasto para aquello que hace ver aunque no se lo quiera ver y que se conoce como arte. La literatura es una guerra contra el vacío y, aun así, “avanza con un paso de chinche” (frase de Artaud de El ombligo de los limbos). Es parasitaria, se mete adentro porque está adentro, y lastima porque nos pone de cara a lo real; hace lo real, lo presenta (emulo a Shklovski). Porque, ¿qué más real que el verso de Natalia Coluccio que dice, sin filtros, “simplificar es destruir”? ¿Qué más real que la contradicción? ¿Alguien escapa a ella? Al menos, la mente creadora del genio no puede (aunque quiera) hacerlo. Y en la contradicción aparece, desde ya, la exageración; y el arte, la literatura, si no exagera no dice; y Natalia Coluccio, exagerando dice: “la exageración justifica mi nacimiento” (del manuscrito Abril 2006). La contradicción recorre el libro-unidad de NC y la poeta la refuerza, ya sea para dudar o bien para valerse de ella afirmándola como posibilidad, como realidad factible de ser resuelta: “contradecirse / poner dos ideas al unísono / equilibrarlas / mirarlas como una sola” (“dos cositas”, trifulca). Sin embargo, en Loria, la poeta escribe: “las líneas rectas no son mi hogar // ahora entro a entender / qué es lejos / y / qué una vuelta”. Porque “el final / [es] víctima contra victimario / víctima contra víctima” (“incorporar”, trifulca). Y la soledad, esa soledad que es amor, ese amor que es imposibilidad, esa soledad que promete y desgarra, “es un lujo insoportable” (“veo”, trifulca). Entonces, “¿qué duda cabe / que no tengo idea / quién soy? (…) [pero] las armas se conocen / en el momento justo” (“otra trampa”, trifulca). Y justamente para eso, para hacerle frente (o mirar en las afueras) a la vida, es que la poeta, una y mil veces, rectifica: “escribo prácticamente todo el tiempo” (Loria). Natalia Coluccio escribe como los dioses, porque si los dioses escribieran, escribirían poesía. El lenguaje en su manifestación más plena es la literatura, y la literatura en su máxima concentración es la poesía. Y los poemas de Natalia son sus hijos: “hoy olvidé a mis hijos en blanco. escritos en blanco bajo la banqueta” (Loria). La poesía es la alquimia del lenguaje. En palabras de María Negroni, es “la conciencia más aguda del lenguaje”. En El poeta y el tiempo, Marina Tsvietáieva escribe: “la poesía es la clave para la comprensión de todo”. Y los versos de Natalia Coluccio son perlas fundidas en oro que dicen lo que escriben y mucho más (para los que pueden leerlos), porque “los poemas son / música en la sangre” (“divinidades”, La mentira piadosa). Así, la vida se escapa y solo queda la poesía dentro del poema.

Nahuel Sánchez

 

Bibliografía:

Artaud, Antonin (1972). El ombligo de los limbos. El pesa-nervios. Buenos Aires: Aquarius.

Coluccio, Natalia (5 de mayo de 2020). Nicho. En Cuarta Prosa. En:  https://cuartaprosa.com/2020/05/05/nicho-natalia-coluccio/

— “Eleodoro Lobos”, manuscrito sin título de su no-novela en proceso 2020. Inédito.

— (2019). trifulca. Buenos Aires: Griselda García Editora.

La mentira piadosa 2019. Inédito.

— “En las afueras” (13 de enero de 2019). En Cuarta Prosa. En: https://cuartaprosa.com/2019/01/13/en-las-afueras-natalia-coluccio/

— (2016). Parca. Rosario: La ciudad de las mujeres.

Loria. Inédito.

Las ausencias. Inédito.

El siniestro. Inédito.

Abril 2006. Inédito

Lamborghini, Osvaldo (2010). “Todo en la vida…”. En Novelas y cuentos I. Buenos Aires: Mondadori.

— (2012). “(Temas de autor)”. En Poemas 1969-1985. Buenos Aires: Mondadori.

Pizarnik, Alejandra (2008). “La caída”. En Poesía completa. Buenos Aires: Lumen.

Sánchez, Néstor (2017). Escritura poemática. Buenos Aires: La comarca libros.

Negroni, María (2020). “La poesía es la conciencia más aguda del lenguaje”. Entrevista realizada por Valeria Tentoni para Eterna cadencia. En: https://www.eternacadencia.com.ar/blog/contenidos-originales/entrevistas/item/maria-negroni-la-poesia-es-la-conciencia-mas-aguda-del-lenguaje.html

Tsvietáieva, Marina (1990). El poeta y el tiempo. Barcelona: Anagrama.