
A continuación, una entrevista de Michel Contat a Cornelius Castoriadis publicada en Le Monde el 12 de julio de 1986 con el título “Castoriadis, un déçu du gauche-droite” [“Castoriadis, un desilusionado por la izquierda-derecha”.]
No había salido usted del “silencio de los intelectuales” después de 1981. Ahora que la derecha vuelve al gobierno, ¿siente la urgencia de un kairos, ese momento crítico donde algo debe decirse o hacerse
Varios textos de Dominios del hombre muestran que me expresé cada vez que lo creí útil. Pero no podía tratarse de participar en ese lío cuyos envites, actores y motivaciones eran trivialmente transparentes. Hace mucho tiempo que la división izquierda-derecha, en Francia y en otras partes, ya no corresponde a los grandes problemas de nuestro tiempo ni a elecciones políticas radicalmente opuestas. ¿Dónde está la oposición entre Mitterrand y Chirac en materia militar, nuclear, africana? ¿Dónde está la oposición en materia de estructura y de gestión del poder, de educación, e incluso de economía? Durante cinco años, los supuestos socialistas dispusieron de un poder absoluto; lo utilizaron para administrar el sistema y –como durante la guerra de Argelia- para hacer lo que la derecha quería y no se animaba. Las políticas de Bérégovoy y de Chevènement son los ejemplos más claros de esto. Desde 1981, las “reformas” se refieren a tres tipos de medidas: las que se deben a singularidades y retrasos franceses (descentralización, pena de muerte); las que explotaban útilmente una dogmática paleo-socialista en beneficio de la burocracia del partido (nacionalización, reemplazando en los puestos a los managers por los “nuestros”; por último, las medidas destinadas a facilitar la mayor penetración del aparato socialista en el aparato de Estado. Por otra parte, una “derecha” que se dice liberal y que combina cada una de sus medidas con quince cláusulas intervencionistas o dirigistas; que, naturalmente, acometen contra las capas menos favorecidas, contra las poblaciones inmigradas y demás extranjeros; y que padece irremediablemente de la misma falta total de ideas y de imaginación política.
Malentendido total, época aberrante.
¿El cretinismo que usted denuncia sin miramientos no sería entonces propio de los liberales?
Sabemos que entre los liberales hubo espíritus profundos y originales; entre otros, los padres fundadores norteamericanos, Constant, Tocqueville, Mill. Ninguna relación con los trillados discursos “liberales” contemporáneos, donde no hay una idea nueva, ningún esfuerzo para enfrentar los problemas del presente. La pregunta que surge ante esta miseria es: ¿de dónde proviene la fuerza que tiene este pseudo liberalismo desde hace algunos años? Pienso que en gran parte proviene del hecho de que la demagogia “liberal” supo captar el movimiento y el humor profundamente antiburocráticos y antiestatales que están presentes en la sociedad desde principios de los años 1960 (y que habían escapado de la mirada penetrante de los dirigentes “socialistas”).
Es un gran malentendido ver el origen del “individualismo” contemporáneo en Mayo de 1968 y en los otros movimientos de los años 1960. El individualismo resulta del fracaso de Mayo de 1968 y este fracaso fue interno. El movimiento –como los análogos de otros países- arrastró muchos absurdos, y no pudo superar el estadio de la manifestación subversiva, no supo enfrentar positivamente la cuestión de su autogobierno. Pero su inspiración profunda era la aspiración a la autonomía tanto en su dimensión social como individual. Hoy como siempre, la tarea política es retomar y llevar más lejos la gran tradición emancipadora de Occidente: construir una sociedad democrática, autogobernada, donde autonomía individual y autonomía colectiva se apuntalen y se nutran entre sí. Pero esto no puede hacerse sin un movimiento democrático de la población, que, precisamente, está ausente. El fracaso de los movimientos de los años 1960 convergió con las tendencias profundas del capitalismo burocrático moderno, llevando a la gente a la apatía y a la privatización.
Por ahora, entonces, el kairos falla como kairos político. No podemos hacer nada, y no es una pérdida total. Da tiempo para pensar más, para cuestionar más profundamente, como trato de hacerlo en los textos filosóficos de Dominios del hombre.
¿Cómo explicar esta apatía?
Pregunta enorme, es uno de los núcleos del segundo volumen de Ante la guerra: ¿por qué y cómo muere una cultura? Tan difícil como la otra: por qué y cómo se crea una cultura. Una cultura se crea creando nuevas significaciones imaginarias y encarnándolas en sus instituciones. El mundo está poblado de dioses y de ninfas. O: el mundo y los humanos han sido creados por un Dios omnisciente y omnipotente. O incluso: el mundo no es más que materia inerte mediante la cual podemos realizar lo que da sentido a la vida humana –la expansión ilimitada de las fuerzas productivas, o del control, o del poder-. Son significaciones imaginarias nucleares de algunas sociedades conocidas –y vemos sin dificultad las instituciones que las han encarnado activamente. A menudo estas instituciones entran en crisis; pero las sociedades poseen también una enorme capacidad de autorreparación. Ésta depende esencialmente de la vitalidad continua de estas significaciones imaginarias, es decir, también y sobre todo de su capacidad de formar, animar, inspirar, motivar a los individuos: ¿siguen creyendo las sociedades occidentales en un futuro indefinido siempre repleto de más “bienestar”, de riquezas y de “potencia” técnica? ¿Creen de verdad que un futuro así vale la pena? ¿Es una idea, por ejemplo, por la que uno podría aceptar morir? ¿Producen ellas individuos capaces de otra cosa además de vivir sobre el sistema?
Lo que usted dice, en general, no es muy alentador ni muy movilizante.
Antes de estar de acuerdo con los demás, tengo ganas de estar de acuerdo conmigo mismo. Y estoy asombrado, por momentos abatido, mientras veo los desastres de un “realismo” pseudo hegeliano; en realidad de un oportunismo, de muy poco alcance además, incluso en jóvenes inteligentes y simpáticos. Le sacan a uno como argumento, con un tono de conmiseración: pero esto se decía hace diez años, ¡ya no podemos decirlo hoy! Mi pobre amigo, porque hoy está en curso es que tiene todas las posibilidades de que sean mentiras. Hegel decía: la historia del mundo es el Juicio final. Para nuestra época: el programa de televisión de esta noche es el Juicio final. Y como este programa, por construcción y con razón es olvidado en la mañana del día siguiente, hay Juicio final todas las noches –es decir que ya no hay juicio alguno, ni final ni inicial, ni memoria ni reflexión-. Dentro de los buenos modales del microcosmos intelectual parisino, se volvió indecente recordar (e incluso acordarse de) lo que Fulano decía el año pasado.
¿Cuánto tiempo puede uno aceptar ser minoritario?
No soy minoritario; estoy solo, lo que no quiere decir aislado. Estaba solo, estábamos solos también durante todo el período de Socialismo o Barbarie; lo que ocurrió después mostró que no estábamos aislados. Es posible que todo lo que digo o escribo no valga nada. También existe, sin embargo, otra hipótesis menos optimista: que la gente hoy no tiene ganas de escuchar, y de hacer el esfuerzo que reclama un discurso que llama a la reflexión crítica, a la responsabilidad, al rechazo de la negligencia.
¿Es usted pesimista?
Es la época donde se ha inventado ese término soberanamente irrisorio de “posmodernismo”, para esconder la esterilidad ecléctica, el reino de la facilidad, la incapacidad de crear, la evacuación del pensamiento en provecho del comentario en el mejor de los casos, de los juegos de palabras o de la eructación, con más frecuencia. Época de parasitismo y de pillaje generalizado. Lo que hoy se considera el último grito del “pensamiento” y de la “filosofía política” será mirado con piedad en uno, dos o tres decenios, estoy convencido de ello. Pues, ¿qué se dice en el fondo? Que la historia se ha detenido, o mejor aún, que es finita. Desde la Antigüedad griega, Europa se definió también por la filosofía, y se nos dice: fin de la filosofía, no queda más que “deconstruir”. Desde hace veintiocho siglos, Europa se define por sus luchas para modificar la institución de la sociedad, por sus luchas sociales y políticas, por su creación de la política, y se nos dice: la política (la verdadera, la grande) ha terminado. La república parlamentaria o presidencial (que también llaman “democracia”, porque desde hace mucho tiempo se ha perdido el respeto por las palabras), he aquí la forma –por fin encontrada- de la sociedad humana. Por cierto, quedan por hacer algunas reformas: revisar, por ejemplo, los subsidios familiares para los guardias rurales. Pero, en lo esencial, la tarea política, la tarea instituyente de la sociedad ha concluido: Reagan, Thatcher, Kohl, Mitterrand-Chirac para los siglos venideros.
Al evocar semejante pesadilla, uno sólo puede ser irresistiblemente optimista. Pues, en esta perspectiva, hay casi una contradicción interna. Esta gente es el subproducto y el parásito de los regímenes contemporáneos, en ningún caso habrían podido crearlos (así como los “deconstructores” de hoy sólo pueden vivir porque existieron filósofos). Y ni siquiera podrían, a la larga, conservarlos. Regímenes producidos por la lucha de los pueblos para objetivos de otro modo radicales: objetivos de autonomía verdadera. La filosofía, el verdadero pensamiento, no es finito, casi podría decirse que está empezando. Y debe recomenzar la gran política. La autonomía no es simplemente un proyecto, es una posibilidad efectiva del ser humano. No tenemos que prever o decretar su advenimiento o su desaparición, tenemos que trabajar por ella. Atravesamos una mala época, es todo.
Traducción de Sandra Garzonio
El texto fue incluido en Una sociedad a la deriva (Katz Editores, Buenos Aires, 2006)
Se trata del capítulo llamado “Atravesamos una mala época” (pág. 183).