
Resignadamente abrió la puerta. La casa de su madre ante ella con los muebles y cuadros y pobladas bibliotecas que pronto se desvanecerían del presente, desperdigándose, objetos de una vida en tiempo hipotético. La historia.
Alba dormía, en el sillón. Y la señora que la asistía, trámite del fin de semana, apareció en la puerta de la cocina con gesto solícito y preocupado. Había sacado todos los platos porque esperaba gente, había dicho, y no había podido contenerla, dominarla. Ahora estaba tan cansada, ella, que aprovecharía la llegada de esta hija para descansar un momento. Claro, sí. Francisca dijo que se llamaba y era una mujer de unos sesenta años, alta y de pómulos marcados, con los ojos sorprendidos e inteligencia rápida.
Pero Alba le había dicho que lo que quería era tirarse por el balcón y enseguida que eso estaba mal y no había que repetirlo. Habla lindo su mamá. Y qué bien cómo la quieren, ustedes, sus hijas.
Se nota que habrá sido buena, ella.
Es tan rara la vida- se oyó decir la hija y se perdió en la habitación de la madre, cubriéndole los pies a la que parecía dormida pero al poco rato estaba en pie otra vez, buscando la cartera para salir de urgencia porque esta no es su casa y la esperan. Pero, claro, el rostro de su hija la calma de inmediato. Y la voz. Porque ella le habla, le dice que los párpados están muy cansados, se nota que hay que darle un descanso a la mirada, cerrar los ojos y olvidarse de todo un momento que cuando se despierte otra vez se dará cuenta de que esta es su casa, sus libros que muchos ella misma los escribió, sus cuadros que pintó su hija, las fotos de su gran familia…
Francisca le ha hecho caso y descansa un momento, también ella. Después se pone a hablar por teléfono y con voz tan viva que la madre, en el sillón en la pieza de al lado, se despierta. Comprende, la hija de Alba, que las cosas tienen un destino que siempre la aleja del deseo. Su deseo. Y parte a la busca de su madre que ahora sale del baño, diminuta, encorvada, con patética expresión cercana a la locura.
¡Viniste! – le dice y se abraza a su cintura. Entonces la hija la lleva hacia la cocina con palabras que hablan de té, dulzura, cosas crocantes, sabores los mejores. Porque Alba tiene hambre de ese tipo de cosas, dulces, livianas, que se pueden masticar y aplastar… como tostadas duritas hechas de pan verdadero y otros secretos que las mujeres de paso que la cuidan ignoran y nunca podrán saber si alguien no les abre el secreto, que implica muchos días de convivencia y confianza. Al fin, cuando logran entender qué es lo que ella come, se van. Se van. Algo sucede y se van.
Mientras, en tanto aprenden, deben deponer su vigor para enseñarle, a ella, cosas insignificantes que no querrá aprender porque para eso no hay tiempo. La quieren limpia, pulcra, o de esta y ningún otra manera. No es posible, gritaría si pudiera. Pero Alba no tiene ese estro. No grita. Sólo se estremece de furia porque una cara nueva es otra vez no saber dónde está y sentir el viento tramando sin pausa entre los huesos.
Entonces entra en la cocina Francisca y la hija de Alba la invita con té. Si lo quiere que no se entrometa, que aprenda a servirle el té a su madre, pero sobre todo que las deje a solas.
Francisca se sienta y enfrente de la mesa está la gran ventana donde crece la ciudad, sus torres y resplandores. Alba toma el té y va hundiendo la cuchara en los quesos blandos, el dulce, y prueba los sabores ya conocidos pero nuevos y el calmante sabor del té con su chorrito de leche fría y traga y en silencio recomienza. La hija la observa y desde el lado de los vivos le pregunta a Francisca por sus orígenes, si italiana, porque tiene poderosos pómulos que al entrar y verla le han hecho pensar en su abuela, su abuela marquegiana, y por decir algo o cosa.
Español fue su padre, hijo de. Y paraguaya su madre. Y los dobles existen, sí, porque al verla yo ví a mi tía, mi querida tía que partió… igualita, la misma nariz, el color del pelo, los ojos iguales… Por eso digo, los dobles sí, existen. Y así mi marido, que es tan corto, nada dice, todo lo hago yo por él, cuando hubo que sacar el documento, voy y lo hago y cuando vuelvo, me dicen un problema. Hay uno igual que él. Cómo. Sí. El mismo nombre, la misma figura. No puede ser. Se llama Inocencio López Nieto. Y otro mismo mismo nombre.
Un chiste del padre, dice la hija de Alba mientras mira a su madre cuyos hermosos rasgos ahora parecen haberse disuelto, y quedaran, propios, sólo sus ojos bajo las negras cejas- ¿Y eran de verdad tan parecidos?
Idénticos. Parecidísimos.
Un tremendo chiste del padre… ir haciendo hijos por ahí, y ponerles el mismo nombre. Un mal hombre.
Y un día desapareció: le dijo a la madre que si venía mujer, él se iba. Y vivieron juntos y nacieron varios hijos, varones. Y cuando nació una mujer, a poco el hombre se fue y nunca más supieron nada de él.
Un mal bicho, ese hombre.
Eso digo yo, dice ahora Francisca, que existen los dobles. Mi tía Herminia y su hija que se le parece mucho pero usted es más. Más el doble que ella. Y la hija de Alba mira a su madre, tan lejana ahora masticando y haciendo un sencillo gesto le explica que está todo muy rico y es una paz lo que siente. Y acepta todavía más té con una manchita de leche y suspira, detestando muchísimo la cháchara de su hija con esa extraña que la aleja pero se somete, se somete- ¡ella!- y bebe otro profundo trago y se inclina un poco y con el borde del mantel se limpia la boca porque se han olvidado de poner servilletita o algo para ese uso.
Ahora su hija la ayuda a levantarse de la silla y se retira hacia los sillones, frente a la ventana, la santarrita sangrante, las florcitas y se duerme, ahíta, exangüe, pálida. Todo el tiempo la mano de su hija en su mano hasta que el sueño es muy hondo y sin embargo siente cómo su hija se deshace de la trama que los dedos unidos enlazaban. Y declinan otra vez los sonidos y sólo el rumor de un viejo patio, de viejas voces propias, remotas, que la vigilia destruye, aplasta, maltraduce, sin ritmo ni canción. La vida.
Publicado en Una parte de verdad / Ed. Leviatán, 2021, Buenos Aires.
Ph / Annemarie Heinrich