
Lo que sigue está extraído y traducido de una entrevista a Castoriadis realizada por Olivier Morel el 18 de junio de 1993 para Radio Plurielle, y publicada un año después en La République Internationale des Lettres. La entrevista completa es uno de los capítulos y da el título al cuarto volumen de Las encrucijadas del Laberinto, que publicó Eudeba en 1997 como El avance de la insignificancia, y Frónesis en 1998 como El ascenso de la insignificancia. Se trata de la respuesta de Castoriadis a una pregunta sobre los requisitos para una transformación radical de la sociedad global.
“En primer lugar, no hay que mezclar en nuestra discusión la idea de «progreso». No hay progreso en la historia, salvo en el ámbito instrumental. Con una bomba H podemos matar a mucha más gente que con un hacha de piedra, y las matemáticas contemporáneas son infinitamente más ricas, poderosas y complejas que la aritmética de los primitivos. Pero una pintura de Picasso no vale ni más ni menos que los frescos de Lascaux y de Altamira, la música de Bali es sublime y las mitologías de todos los pueblos son de una belleza y de una profundidad extraordinarias. Y si hablamos del plano moral basta con mirar lo que ocurre a nuestro alrededor para dejar de hablar de «progreso». El progreso es una significación imaginaria esencialmente capitalista, que atrapó incluso al propio Marx.
No obstante, si consideramos la situación actual, que no es de crisis sino de descomposición, de desmoronamiento de las sociedades occidentales, nos encontramos otra vez frente a una antinomia de gran magnitud, y es la siguiente: lo que se requiere es inmenso, llega muy lejos, y los seres humanos -tal como son y tal como son constantemente reproducidos por las sociedades occidentales, y también por las demás-, están inmensamente alejados de ello. ¿Qué se requiere? Teniendo en cuenta la crisis ecológica, la extrema desigualdad de la repartición de las riquezas entre países ricos y países pobres, la casi imposibilidad de que el sistema continúe su curso actual, lo que se requiere es una nueva creación imaginaria de una importancia sin igual en el pasado, una creación que ubique en el centro de la vida humana otras significaciones que no sean la expansión de la producción o del consumo, que postule objetivos de vida diferentes que puedan ser reconocidos por los seres humanos como objetivos que valen la pena. Esto exige, claro está, una reorganización de las instituciones sociales, de las relaciones de trabajo, de las relaciones económicas, políticas, culturales. Pero esta orientación está muy lejos de lo que piensan, y acaso de lo que desean los seres humanos de hoy. Esta es la inmensa dificultad a la que nos enfrentamos. Deberíamos querer una sociedad en la que los valores económicos hayan dejado de ser centrales (o únicos), en la que la economía vuelve a su lugar de simple medio para la vida humana y no como fin último, y renunciar a esta loca carrera hacia un consumo siempre mayor. Esto no sólo es necesario para evitar la destrucción definitiva del planeta, sino también y sobre todo para salir de la miseria psíquica y moral de los seres humanos contemporáneos. Sería necesario entonces que de ahora en más los humanos (hablo ahora de los países ricos) aceptaran un nivel de vida decente pero frugal, y renunciaran a la idea de que el objetivo central de sus vidas es que su consumo aumente del 2 al 3 % anual. Para que acepten esto, sería necesario que otra cosa diera sentido a sus vidas. Se sabe, yo sé, lo que puede ser esa otra cosa, pero es claro que no significa nada si la gran mayoría de las personas no la acepta y no hace lo necesario para que se realice. Esa otra cosa es el desarrollo de los seres humanos, en lugar del desarrollo de los artefactos. Esto exigiría otra organización del trabajo, que debería dejar de ser una tarea penosa para convertirse en un campo de despliegue de las capacidades humanas, otros sistemas políticos, una verdadera democracia que implique la participación de todos en la toma de decisiones, otra organización de la paideia para formar ciudadanos capaces de gobernar y de ser gobernados, como decía admirablemente Aristóteles, y así sucesivamente. Evidentemente, todo esto plantea problemas enormes: por ejemplo, cómo podría una democracia verdadera, una democracia directa, funcionar ya no en una escala de 30 mil ciudadanos, como en la Atenas clásica, sino en una escala de 40 millones de ciudadanos, como en Francia, o incluso en la escala de varios miles de millones de individuos que viven en el planeta. Problemas inmensamente difíciles, pero que, en mi opinión, tienen solución -a condición, precisamente, de que la mayoría de los seres humanos y sus capacidades se movilicen para crearlas, en lugar de preocuparse por saber cuándo podremos tener una televisión de tres dimensiones-.
Estas son las tareas que tenemos ante nosotros, y la tragedia de nuestra época es que la humanidad occidental dista mucho de preocuparse por ellas. ¿Cuánto tiempo permanecerá esta humanidad obsesionada por estas inanidades y estas ilusiones llamadas mercancías? ¿Acaso una catástrofe cualquiera -ecológica, por ejemplo-traería un despertar brutal, o, antes bien, traería regímenes autoritarios o totalitarios? Nadie tiene respuestas a este tipo de preguntas. Lo que puede decirse es que quienes tienen conciencia de la gravedad de lo que está en juego deben intentar hablar, criticar esta carrera hacia el abismo, despertar la conciencia de sus conciudadanos.”
Traducción de Sandra Garzonio